El pasado 18 de abril, ‘Religión y Escuela’ publicó el artículo “ECCE HOMO. Algunas reflexiones sobre el perfil de salida” (https://www.religionyescuela.com/opinion/blogs/ecce-homo/) de Juanma Rueda.
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Aludiendo a la presentación que, en el evangelio de Juan, Pilato hace del Jesús torturado y humillado, y desempolvando acertadas críticas a algunos de los déficits antropológicos que nos ha dejado la tradición occidental que desde Descartes ha configurado a la persona como un sujeto autónomo, constructor de la historia por sus propios medios, que se convierte en el criterio de verdad y que a fuerza de dudar de todo lo exterior ha terminado encerrado en sí mismo, elabora una relectura del valor de la persona desde el no ser, desde el ser para otros, desde el crisol del sufrimiento, desde el abajamiento y el abandono, desde el ser despreciado o desde la impotencia.
El matiz interesante, que añade Juanma Rueda, es la reflexión sobre los perfiles de salida que propone la LOMLOE para los centros escolares, o lo que tradicionalmente hemos llamado modelos de persona, a partir de esta potente imagen del Jesús ajusticiado. El autor apunta a lo alejado que quedan estos perfiles de la imagen de humanidad que el ‘ecce homo’ nos presenta. En este sentido, en mí también surgen grandes dudas cuando veo que en la escuela católica convivimos con los paradigmas de éxito, de superación o de utilidad para marcar los horizontes de nuestro alumnado.
Paradigmas de éxito
También me cuestiono cuando me descubro trabajando en estructuras que, en demasiadas ocasiones, favorecen la exclusión social o no dan cabida a determinado perfil de alumnado. Por otro lado, se me hace difícil cuadrar en el curriculum escolar la llamada que el Maestro nos hace a seguirle asumiendo la cruz; o me pregunto si podemos ser servicio público para las familias ofreciendo a sus hijos incertidumbre, vocación de entrega o aceptación de la fragilidad.
Primero suelo pensar que ese es el gran reto de la escuela católica, estar incardinada en la sociedad ofreciendo una imagen de fiel seguidora de Cristo. Pero, en otras ocasiones, me pregunto si ese esfuerzo por conciliar dinámica escolar y presencia de Reino lleva a algún sitio.
El reto de las escuelas católicas
No sé si, a los que nos dedicamos a la tarea escolar, nos conviene hacerle demasiado caso a estas preguntas. Pero es difícil dejarlas a un lado. En cualquier caso, tenemos un lugar privilegiado para, en la medida de lo posible, hacer que el Evangelio aflore y se haga vida en nuestros colegios.
Conviene sacudirse el polvo.