Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.272
Nº 3.272

Galería de sacerdotes en un cambio de época

Las experiencias que nos marcan quedan en la memoria grabadas como tatuaje en la piel (cf. Cant 8, 6). Este texto recoge, de una manera narrativa, varias fotografías de un largo viaje por Colombia, Puerto Rico, Ecuador, Perú, Chile y Argentina.



Cuando comencé a escribirlo, todavía no había estallado la pandemia y mucho menos la guerra de Ucrania. Todos estos acontecimientos se han convertido también en parte de este itinerario. Los viajes no son solo externos. Terminamos transitando, con la ayuda de otros, hasta lo más hondo de nuestro ser, en lo que el dominico Rémi Chenó llamaría “un ejercicio de submarinismo interior”.

Álbum de encuentros

En la galería de fotos de mi móvil se archivan diferentes encuentros con personas, comunidades, parroquias, colegios, centros sociales, paisajes, etc. He borrado, sin embargo, muchas horas de aviones y largas colas en inmigración, los eternos trayectos en coche por vías impracticables o el estrés de viajar en tiempo del COVID-19.

Si les parece, comparto mi álbum fotográfico, que revela imágenes de buenos sacerdotes –me atrevería a decir que excelentes– que no suelen ser noticia, pero que merecen estar enmarcados en nuestra memoria colectiva. Aprovecho para esbozar con sencillez, al hilo de las imágenes, algunas intuiciones para vivir hoy una espiritualidad sacerdotal que, sin lugar a dudas, va unida a laicos y religiosos, parte del mismo cuerpo de Cristo, que es la cabeza (cf. Col 1, 18).

En Quito con Felicia

Una tarde de domingo tuvimos un respiro para descubrir el centro de Quito envuelto en una tempestad que presagiaba una intensa lluvia posterior. Dos hermanos de los Sagrados Corazones nos llevaron a conocer el centro de la ciudad. Particularmente, me llamó la atención el Convento de San Diego de Alcalá. Este convento era la antigua recoleta de la orden franciscana, junto al cementerio, alejado del mundanal ruido.

Además de la solidez de muros y piedras del siglo XVII, nuestra guía, Felicia, una mujer de pueblo, enjuta y entusiasta, nos mostró con un lenguaje llano, salpicado de algunos tecnicismos que ella lanzaba pícaramente para apoyar su oratoria, la historia del artístico lugar. Quedamos envueltos en su manera de contar. Ella misma parecía un personaje sustraído del catálogo de esta monumental edificación.

Leyenda del padre Almeida

Inmuebles así incluyen las riquezas de los moradores que construyeron leyendas que traspasan los siglos. Una de ellas es la del padre Almeida, un joven franciscano que de noche escapaba del convento utilizando un original mecanismo. Se apoyaba en los hombros de un Cristo de tamaño natural para huir de la clausura a través de una alta ventana y entregarse a la bebida. Llama la atención la familiaridad que mostraba el sacerdote con la imponente talla del Señor que, en una ocasión, le cuestionó:

–¿Cuándo será la última vez que hagas esto, padre Almeida?

El franciscano, creyendo que lo escuchado era producto de su imaginación o de los efectos del alcohol, respondió:

–Hasta que vuelva a tener ganas de tomar otro trago.

Cambio de vida

A continuación, el singular franciscano se fue a beber a su habitual cantina. Al regresar al convento, haciendo zigzag, contempló un entierro, en el que descubrió que era él mismo el que iba dentro del féretro. Esto le impactó tanto –subraya con énfasis Felicia– que, desde aquel momento, cambió radicalmente de vida. Se convirtió en un fiel religioso, al que se le confiaron diferentes cargos de responsabilidad en la orden. Se dice que el Cristo, satisfecho, esbozó una sonrisa que aún conserva. De esta sonrisa doy fe, similar a la del Cristo de Javier, en Navarra.

Leyendas o historias aparte, hay un dato importante: la familiaridad con el Señor –quizás un tanto excesiva, la del padre Almeida, apoyándose en su hombro para escalar el muro– produce el cambio o la conversión en casos complicados, pero también en la vida normal y corriente de cada uno de nosotros; por supuesto, en la de cualquier sacerdote.

Esta leyenda nos habla, además, de cómo han cambiado las cosas. Ahora, el papa Francisco nos invita a ser Iglesia “en salida”. A salir, evidentemente, con propósitos distintos a los de Diego de Almeida. A salir para compartir con la gente. En la misma ciudad de Quito, a unos kilómetros de este convento, se alza en lo alto de un monte, limitando ya con una zona natural protegida, la Capilla del Señor de la Justicia. Una construcción sencilla, arropada por una población de gran fe y pocos recursos.

Albañil antes que cura

Juan Carlos Vélez, un sacerdote con los 40 bien cumplidos, acompaña varias capillas en lugares de periferia. El coche se le avería por las empinadas cuestas. Ahí cualquier vecino se presta gustoso para llevarlo a casa de regreso. La Capilla del Señor de la Justicia está en obras. Las lluvias se filtran por el techo, así que están de reparación y construyendo alguna sala para reuniones adyacente al templo. Juan Carlos, que fue jardinero y albañil antes de ser sacerdote, les acompaña en los andamios o poniendo ladrillos como uno más. “Hacer algo con las manos, construir junto con la gente, ayuda a crear comunidad”, afirma el sacerdote.

De cuando en cuando, el entusiasmo de los feligreses les lleva a mantearlo y embadurnarlo con la mezcla del cemento. Es parte de la fiesta de la fraternidad. Él es un convencido de que “si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles” (cf. Sal 126). Ahí están todos construyendo: mujeres y hombres, grandes y chicos. Llovía la tarde que les vi encima del tejado. Nada parecía detener la obra hecha con las propias manos, donde laicos y sacerdote forman un único equipo de vida. (…)

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Índice del Pliego

Del alcohol al andamio, fotografías “en salida”

Revelado con “sonido de sirenas”

Charlie y otros laicos en el objetivo

Un selfi con “diaconisas” en Jauja

Retrato del Buen Pastor a la hora del café

Desplegando el álbum

La fotos de Jan y de Toni Vadell

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