Hace ya más de una década recuerdo haberme topado con Carlos G. Valles y su apasionante “Dejar a Dios ser Dios”; hablaba de cómo Occidente se empeñaba en llenar la mente y Oriente en vaciarla refiriéndose a las prácticas meditativas que se encontró en la India. La meditación es ahora una práctica que gana popularidad, especialmente a raíz de la pandemia. Hay cada vez más hallazgos sólidos desde la neurociencia que meditar es una práctica que reduce significativamente el estrés y puede ayudar a nuestra salud mental. David Goleman, precursor de la inteligencia emocional está documentando estos beneficios.
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La pandemia nos ofreció una nueva perspectiva del tiempo y puso freno a nuestra forma acelerada de vivir. Nos llevó a cuestionarnos sobre nuestro ser y estar en el mundo, de pronto nos vimos un poco incómodos ante el desafío de estar con nosotros mismos y con nuestras familias durante periodos prolongados. Es claro que tenemos una adicción a la acción, por lo que el silencio contemplativo nos hace sentir incómodos. Buscamos una especie de resquicio y pretexto para llenar nuestra mente y nuestra agenda. Pero lo cierto es que tuvimos un encuentro con la lentitud de un momento que nos hizo sentir inciertos y vulnerables, que nos obligó a pensar en lo que es importante y trascendente. Ahora que hemos retomado cierto ritmo de “normalidad”, vale la pena preguntarnos ¿qué aprendimos de nosotros mismos en estos años?
Me resuenan la puerta que nos abre Fides et Ratio No. 1 “tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado —no podía ser de otro modo— dentro del horizonte de la autoconciencia personal: el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida. La exhortación Conócete a ti mismo estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación, calificándose como «hombre» precisamente en cuanto conocedor de sí mismo”.
Responder a la pregunta de ¿quién soy yo? Es algo muy trascendente especialmente en una época de saturación de información, redes sociales e hiper exposición de nuestra vida personal. Esa pregunta no se define en un tuit, en una selfie o en un hilo. El generar una respuesta trascendente a esa pregunta que haga sentido para cada uno de nosotros es hoy más que nunca un reto que implica mucho autoconocimiento. Nuestro itinerario de fe, nos da muchas pautas y herramientas para trabajar espiritualmente un camino de autoconocimiento y un horizonte para definir nuestro ser Hijos de Dios de forma plenamente consciente.