Chile vive una grave crisis migratoria especialmente en las fronteras norte con Perú y noreste con Bolivia. Cada día cruzan esas fronteras cientos de colombianos, venezolanos y haitianos que buscan mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Muchos ingresan de manera irregular, miles viven en plazas, calles y parques sufriendo el rechazo creciente de la población local.
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El Instituto Católica de Migración (INCAMI) da acogida y servicios a miles de personas desde su fundación en 1955. A cargo de sacerdotes scalabrinianos tiene su casa central en Santiago y también colabora en las diócesis de Arica e Iquique, en el norte.
Complejidad de la frontera
Entre el 23 y 25 de mayo se reunieron en Arica obispos y agentes pastorales que trabajan en la Pastoral de Movilidad Humana en Perú, Bolivia y Chile para coordinar sus servicios a personas migrantes. Este encuentro motivó la entrevista de Vida Nueva a Lauro Bocchi, sacerdote scalabriniano, brasileño que vino a Chile hace 6 años para animar y coordinar el trabajo en INCAMI donde es su vicepresidente.
PREGUNTA.- ¿Por qué hacen estos encuentros?
RESPUESTA.- Este encuentro nace por la complejidad de la frontera, que ha cambiado mucho. Hoy lo más fuerte es la llegada de venezolanos por pasos ilegales. Chile sigue siendo el principal país de destino, aunque no es el que tiene más venezolanos. Son nuevos desafíos.
Hace 15 años nos reunimos cada dos años para replantear nuestra presencia de iglesia, que no quiere ser una ONG que simplemente entrega servicios, labor social, sino ver en la realidad de cada migrante al propio Cristo. Esto es fundamental y es lo que nos caracteriza. Es un encuentro de obispos y agentes pastorales, esto es importante porque une autoridad y agentes pastorales.
P.- ¿Cuáles cambios son más importantes?
R.- Hay una nueva norma que pone dificultades para el ingreso de migrantes, lo que aumenta el ingreso ilegal porque tienen su familia aquí. Chile es atractivo porque es un país estable, de futuro. La migración venezolana tuvo etapas: los profesionales, con recursos, hicieron inversiones o estudiaron aquí; despertó la idea del aporte de los migrantes al país. Luego empezó a venir personas con menos recursos, que no tenían posibilidades en Venezuela y encontraban aquí acogida y facilidades para entrar.
Llegan por caminos informales
Actualmente ingresan personas mayores, casi sin recursos, vienen por salud, buscan tratamientos médicos, por ejemplo.
P.- En el gobierno de Piñera cambiaron las normas…
R.- Si, se exige visa de ingreso, lo que bajó la inmigración. Muchos no cumplían los requisitos o no se enteraron de esto. Pero el empuje de venir era fuerte. Lo común era que decían: “teníamos que salir de Venezuela porque allá no había más nada”. Vienen donde tienen amigos, parientes, y encuentran caminos para venir de manera clandestina, cruzando Colombia, Perú, Bolivia. Caminan a veces 20 días. Terminan siendo un negocio para abogados, transportadores. La sociedad informal se organiza de tal manera que termina estableciendo rutas que les permiten avanzar. Así entran a Chile, poco les importa no poder regularizar su vida, la necesidad es mucha y lo que quieren es sobrevivir.
P.- La pandemia ¿ha tenido algún impacto?
R.- Les afectó fuerte. Fueron los primeros echados de los trabajos, tuvieron que salir de las ciudades, buscar alternativas de vivir en campamentos. La pandemia no frenó el ingreso a Chile, aunque las fronteras estaban totalmente cerradas. Colchane, Iquique, Antofagasta, Arica, fueron literalmente tomadas por los migrantes. Muchos de ellos irregulares, acusados de provocar infecciones. Generaron un malestar muy grande provocando los conflictos que ocurrieron hace algunos meses. Ahí el gobierno se dio cuenta de la gravedad del problema y empezó a buscar soluciones humanitarias y no sólo legales.
Desplazamiento forzado
P.- ¿Cómo abordan ustedes esta situación?
R.- Nos preocupa. Escuchamos datos, cifras, estadísticas, pero como iglesia vemos personas que tienen rostro, historia, sueños. La esencia de la Iglesia es la vida. Queremos acompañarles en este proceso duro. Sabemos que la solución está en Venezuela, pero hoy hay 6 millones de venezolanos fuera del país. Ofrecemos algunos servicios, pero sobre todo les acompañamos, queremos ser la presencia de Dios en la vida de ellos.
Ya no es una migración natural, sino un desplazamiento forzado que nos exige más porque las estructuras no da abasto. Hemos pasado de recibir 30 ó 40 personas por día a 300 ó 400.
La migración es un negocio para muchos. Los migrantes pagan por un servicio y son estafados porque no reciben lo que pagaron: el trámite, la asesoría, el apoyo. Nosotros queremos dar ese servicio sin que sea negocio.
P.- ¿Qué frutos deja el reciente encuentro?
R.- Ha sido un espacio para buscar un camino que nos permita ayudar a que esas personas tengan una vida más digna. Hemos fortalecido nuestra coordinación entre los tres países de la triple frontera. Tenemos conciencia que se trata de una crisis humanitaria, no migratoria.
Puedo decir con sinceridad que la iglesia chilena está haciendo un servicio importante y muy significativo. En este encuentro los representantes de la Organización Internacional para las Migraciones, de Naciones Unidas, y ACNUR reconocieron la importante labor de la iglesia con este trabajo. La iglesia es la principal red mundial de atención humanitaria, sobre todo por su cobertura en cada país donde sirve de acogida.
P.- ¿Hay cambios con el actual gobierno?
R.- Continúa la norma de que todos deben llegar con visa. El actual gobierno, con esa misma ley, está haciendo un esfuerzo por tener una perspectiva distinta, más acogedora de los migrantes. Hay más diálogo incluso con nosotros. Esto nos da esperanza de que pueda haber caminos para regularizarlos. La ley actual no lo permite, pero hay una actitud actual más favorable.