Una de las cosas que me está sucediendo en esta temporada por Jerusalén es que pierdo la noción del tiempo. No solo es que esté recibiendo tantas impresiones que los días adquieran densidad y, a la vez, pasen volando en una paradójica mezcla de rapidez y lentitud. Además, la combinación de festivos según el lugar en el que te muevas, no ayuda demasiado a situarte semanalmente. Según para qué y para quiénes, los días festivos son el viernes, el sábado o el domingo, de forma que se descoloca la organización de la semana a la que estoy acostumbrada y no deja de sorprenderme ver a niños yendo al colegio en sábado o plena actividad durante el domingo en el barrio judío. Pero también se pierde cierta noción del tiempo en su línea histórica, porque hay rincones de la ciudad vieja en los que parece que te vas a tropezar con un cruzado o personas cuyos vestidos me remontan mentalmente a otra época.
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Modernidad y tradición
En la zona vieja de Jerusalén modernidad e historia se mezclan y entremezclan de tal manera que el eje temporal parece saltar por los aires. Y tengo la sensación de que, en el fondo, algo así nos pasa a todos nosotros, por más que no lo llevemos tan bien como parecen llevarlo las calles de esta ciudad. Nos cuesta reconocer qué es valioso y rescatable del pasado sin dejarnos atrapar por lo que son meras costumbres o formas exteriores y, a la vez, no siempre encontramos sendas nuevas que abrir al futuro, por eso o nos da por abalanzarnos sobre cualquier novedad, aunque no tenga sustancia ni sentido, o caemos en la tentación de ese inmovilismo que se esconde en el “siempre se ha hecho así” o “los experimentos mejor con gaseosa”. Y en estas dificultades, quién más o quién menos, todos tenemos que entonar un mea culpa.
Quizá nos ayudaría asomarnos a cómo la tradición bíblica entiende la sabiduría. Ese don que Dios entrega a quien lo pide, que nos capacita para saborear la existencia de manera distinta y que siempre ha estado presente en los proyectos divinos, desde la creación (Sab 9,9-10). No hay una receta maravillosa que nos permitirá acertar siempre en qué significa ser creativamente fieles a lo esencial y cómo acoger las desconcertantes insinuaciones del Espíritu, ese que se empeña en renovar todas las cosas. Mientras tanto, pidamos esa sabiduría que combina con armonía, como las calles de Jerusalén, tradición y modernidad.