La pérdida del sentido de lo religioso en nuestras sociedades ha hecho divinizar aspectos que no tienen nada de trascendente, o al menos, están netamente en el plano material.
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Me refiero a la preocupante forma en la que nuestros pueblos ven a los políticos. Al menos en Latinoamérica, el mesianismo es un fenómeno recurrente. Ya lo decía unas semanas atrás en este espacio, siempre aparece el ‘remake’, de poca monta, de algún prócer histórico que puede ser estirado.
Sin mesianismos y con los pies en la tierra
El problema está, que la política no es una forma de maximizar a sus funcionarios, ellos no son más importante que los demás, solo asumen, o mejor dicho, a través de un ejercicio democrátivo se les otorga, un nivel mayor de responsabilidad y por tanto de servicio.
Este mal fue descrito en la extraordinaria novela de Robert Hugh Benson, El señor del mundo (1907), en el que ante el triunfo del marxismo en la sociedad, el líder político tenía casi que las mismas características físicas del papa, y sobre todo la duda no revelada en la historia, de saber quién era realmente el personaje.
Las cosas se complican cuando medios y opinión pública pretenden darle una sobredimensión a las expectativas, como si un país o sociedad cambiara de la noche a la mañana o por el milagro secular del funcionario público. Al que incluso llegan a agradecerle como si fuese una deidad, de muy poca altura, por cierto.
Las expectativas no respondidas derivan en frustración, resentimiento social y violencia, sobran ejemplos que lo confirmen.
Por sus obras les reconocerán
De allí que lo mejor será comprender el sentido real de la política, a partir de lo dicho algunas semanas atrás por el papa Francisco, hacer política sin ideología, sin sectarismos, sin parcialidades, buscando el bien común, y asumiendo que la realidad es superior a la idea, pues la realidad, real siempre se impone.
En sí, la valoración que puede hacerse de un político no sería sobre su ideología, sino por sus actos, por su empeño en trabajar con honestidad, por la búsqueda del consenso, y por la disposición de ser, y de que todo su obrar sea, expresión de caridad.
La política como máxima expresión de caridad fue una frase dicha por el papa Pío XI, y ni la Doctrina Social, ni otro papa, ha conseguido mejor forma de definirla, pues concreta la acción en pleno sentido cristiano.
En el fondo, el país, la sociedad, la construimos todos, como decía Bergoglio “con la Patria al hombro”, cada uno en la parcela encomendada, apostando por el bien y recordando que el bien común propone el camino de la alteridad como don, es decir, vivir en función de… y no contra de… Quizás ya ese sería el primer milagro que salvaría nuestro continente.
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey