Momentos solemnes. Momentos de reclamo. Momentos de danza. Momentos de memoria. Así se vivió este sábado 25 de junio en el templo del Sagrado Corazón de Jesús, en Chihuahua capital, la misa de exequias de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, quienes fueron asesinados el lunes pasado al intentar defender a un guía de turistas al interior de su parroquia.
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La indignación dio paso a la liturgia, aunque no desapareció por completo durante la celebración. “Solicito al Presidente cambie su proyecto de seguridad”, dice el sacerdote jesuita Javier Ávila, ‘El Pato’; el provincial jesuita Luis Gerardo Moro reclama “¡ya es suficiente!”; los jesuitas de América Latina suplican que “la sangre derramada de nuestros hermanos sea semilla de justicia y libertad“, y al final de la Misa, un grito de un sacerdote chihuahuense que retumba en el templo: “¡Ya basta!”.
El templo fue insuficiente para dar cabida a los centenares de fieles que llegaron desde temprano, mientras adentro la bella arquitectura daba acogida en silencio contemplativo a quienes despedían a los jesuitas asesinados. También estaban los hijos de Pedro Eliodoro Palma, el guía de turistas que llegó mortalmente herido al templo de Cerocahui, mientras las balas asesinas caían sobre ‘Gallo’ y ‘Morita’.
Amar y servir hasta entregar la vida
La Misa fue presidida por Constancio Miranda Weckman, arzobispo de Chihuahua, y concelebrada por una cuarentena de sacerdotes, tanto de Chihuahua como de la Tarahumara.
Decenas de rarámuris, pertenecientes a las diversas comunidades indígenas asentadas en Chihuahua capital danzaron frente a los féretros al iniciar la ceremonia. Ante un silencio solemne, aunque cargado de rabia, dolor y reclamo, se inició la celebración litúrgica.
El párroco de Creel y uno de los jesuitas más queridos en toda la Sierra Tarahumara por su trabajo en defensa de los derechos humanos, el padre Javier Ávila, pronunció la homilía. Reconoció que “hoy nos ha convocado la vida y no la muerte”, y manifestó su gozo “porque los padres Javier y Joaquín, hasta el final de sus vidas, dieron testimonio de su seguimiento a Jesús de Nazaret“.
Con una lectura pausada, pero con voz contundente, el párroco jesuita aseguró: “Dios nos ha hecho un gran regalo a los jesuitas con este lamentable evento, nos ha permitido compartir el dolor del pueblo. Nos ha confirmado la opción de vida de ser hombres para los demás y buscar en todo amar y servir hasta entregar la vida”.
La muerte no va a triunfar sobre la vida
Reconociendo el talante de los sacerdotes asesinados, mencionando que “es muy fácil ser humano pero es muy difícil hacerse humano, y en Javier y en Joaquín siempre encontramos a dos hermanos, a dos sacerdotes profundamente humanos”.
El sacerdote jesuita, reconocido simplemente como ‘El Pato’, confirmó que “los jesuitas no abandonaremos la misión y menos el servicio a la gente, porque la muerte no va a triunfar sobre la vida”.
Y tuvo su reclamo: “desde este recinto sagrado, espacio de reconciliación, de paz y esperanza, respetuosamente pido, pedimos, al señor Presidente de la República revise su proyecto de seguridad pública, porque no vamos bien y esto es un clamor popular”.
Antes de concluir la Misa, luego de la comunión de los centenares de fieles que llenaron el templo y cubrieron las calles adyacentes, se leyó un texto de los provinciales jesuitas de América Latina y El Caribe: “La sangre derramada de Javier y Joaquín como señal de su decisión de defender la vida de todos y de todo, nos interpela y nos alimenta”, señalan en su texto, y reconocen que “resucitados con Cristo asesinado en la cruz, hoy son luz para nosotros”.
Cambiar la cultura de violencia
Y luego el reclamo. “Pedimos para que la sangre de nuestros hermanos sea semilla de justicia y libertad y ofrecemos toda nuestra solidaridad y compromiso para que la reconciliación y la justicia sean una realidad en México y en todas nuestras tierras”.
El provincial de la Compañía de Jesús en México, Luis Gerardo Moro, fue más explícito al tomar la voz: “El jueves tuve la oportunidad de estar en Cerocahui, encontrarme con mis hermanos jesuitas que vieron lo sucedido, hablé con las religiosas, quienes meses atrás sí habían sido amenazadas, pude constatar el amor de un pueblo por sus sacerdotes, el dolor de lo que significa perder a sus pastores y la súplica de quien te dice: no podemos dejar al pueblo”.
Agregó su reclamo: “La realidad de la violencia no se va a resolver solo capturando a los cabecillas de los grupos delictivos. Necesitamos cambiar nuestra cultura de violencia por una de reconciliación y amor, como nos lo enseñó el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo”.
Precisó el provincial que “existe un mayor control territorial por parte del crimen organizado, y esto lo sabemos todos, y por ello no podemos olvidar que hay una mercantilización de lo político que atrae cada vez más a las economías ilegales”.
Su vida por atender a los suyos
Y para finalizar un nuevo reclamo. “La sangre de Pedro, Javier y Joaquín se une al río de sangre que corre por nuestro país. Exigimos que las autoridades cumplan con su vocación y deber”.
El remate fue voz de reclamo y esperanza. “México necesita la justicia y la reconciliación. Con los cuerpos de nuestros hermanos aquí expuestos, pedimos que la verdadera justicia nos lleve a una transformación institucional que haga posible la paz en los territorios”.
Los féretros de los jesuitas quedaron expuestos en el templo del Sagrado Corazón de Jesús para que los fieles les pudieran dar un adiós acompañado de una oración. Entre los sacerdotes y laicos queda expuesta la vida de estos sacerdotes, fieles seguidores de las enseñanzas de san Ignacio, para trabajar en las fronteras de la vida y la sociedad. Cumplieron fielmente las palabras de Cristo. Dieron su vida por atender a los suyos, a los pobres, a los heridos…
Dieron su vida en esa tierra agreste, difícil, pero llena de comunidad.
Mientras se derraman lágrimas, los rarámuri danzan, danzan y danzan, como celebrando no la muerte, sino la vida.
Los cuerpos de los sacerdotes jesuitas serán llevados a Creel, donde seguirán las celebraciones, para finalizar el lunes 27 de junio a mediodía con la inhumación en Cerocahui, su tierra, por la que ofrendaron su vida.
Queda una última anécdota que da colofón a su vida de testimonio. El padre Javier Campos ‘Gallo’ bautizó al delincuente que le dio muerte violenta. Él le dio la vida, y le regresa su martirio.