Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Cómo vivir un verano en católico? (III)


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En estos tiempos que corren, simplificar la vida de los rusos a las ideas de Putin sería hacer uso de un reduccionismo atroz. Y como muestra, véase el último ‘Via Crucis’ del Coliseo y las injustas críticas a una sanitaria ucraniana por ser amiga de una rusa y buscar ambas juntas la paz para lo suyos. Quizá por ello hace unas semanas he podido revisitar la película de 2009 ‘El concierto’, propuesta en una de las semanas de cine espiritual y dirigida por el rumano Radu Mihaileanu. Esta sátira humorística con tono inocente sobre el régimen soviético profundiza en la búsqueda de la armonía personal y social a través de una orquesta que se reúne de nuevo.



El museo

Más allá de la música y el ballet hay mucha cultura custodiada en Rusia que debido a las restricciones y la inestabilidad políticas muchos turistas o viajeros no podrán disfrutar. Quizá el lugar donde más arte por metro cuadrado se puede descubrir sea en el Museo del Hermitage, en seis imponentes edificios en las orillas del río Neva en San Petersburgo. El nombre, etimológicamente, significa “refugio del ermitaño” pero el alzado del Palacio de Invierno habla de una grandiosidad que pasa por el impulso artísticos de los diferentes zares que llegaron a reunir en sus colecciones más de tres millones de piezas entre cuadros, esculturas, joyas o armas.

El empeño cultural de la emperatriz Catalina la Grande hizo que terminaran en la corte imperial algunas piezas irrepetibles de la iconografía cristiana de la Europa occidental. Catalina empezaría su colección con un lote de 225 cuadros de pintura flamenca y es que, solo en su comedor, había 92 cuadros. Y es que en el museo se encuentra el que es quizá el último cuadro de Rembrandt, ‘El regreso del hijo pródigo’, que tan maravillosamente ha sido comentado por Henri J. Nouwen y editado por PPC. Arruinado, tras morir su hijo y abandonado por su familia también Rembrandt siente el abrazo del Padre y los plasma en un óleo de más de dos metros y medio que Catalina instalará en su residencia en 1766.

Rembrandt Hijo Prodigo

Del español Francisco de Zurbarán se expone en el museo un cuadro en el que se representa a la Virgen María rezando cuando es aún pequeña. Es la conocida como “María niña” y representa a la pequeña con cuatro o cinco años haciendo una pausa en sus labores de costura para sus oraciones. La pintura, fechada a mediados del siglo XVII, mide casi un metro de alto y fue comprada por el zar Nicolás I en 1814.

No es la única representación de la Virgen María –de forma tan diversa a la tradición iconográfica rusa– que se observa en las paredes del museo. Hay una “Madonna Litta”, una “Virgen de la Leche” atribuida a Leonardo da Vinci. Un lienzo de unos 40 centímetros en las que María amanta al recién nacido Jesús mientras este juega con un pájaro. Aunque la autoría baila entre algunos discípulos del pintor renacentista, lo cierto es que aparece fugazmente en la película ‘El código Da Vinci’. La compra la formalizó en 1865 el propio zar Alejandro II.

Entre los gatos de Kazán que pueblan el museo sin que se les pueda toser, también hay otra representación mariana de la escuela flamenca que es muy original. Es la “Virgen con el Niño junto a la chimenea” de Robert Campin. Un curioso cuadro de estilo gótico con un importante trasfondo simbólico y espiritual ya que forma paralelismo con un cuadro con el que forma un díptico dedicado a la Trinidad. La Virgen María tiene a su hijo recostado junto a la chimenea encendida en un rincón de la casa, con la ciudad al fondo a través de la ventana.

En el museo también hubo en su día otra ‘Madonna’ de Rafael o dos paneles de un tríptico del Jan van Eyck con escenas de la Crucifixión y el Juicio Final, “La negación de san Pedro” de Rembrandt… pero estos cuadros se vendieron en el siglo XX en busca de liquidez. De pintores españoles quedan cuadros religiosos como “La muerte de San José” y un “Cristo y San Juan Bautista niño” de Antonio Cano; “Los apóstoles sobre la tumba de Cristo” y “El martirio de Santa Catalina” de Ribera; o el imponente cuadro de Zurbarán de “San Francisco con la calavera en la mano”.