Recuerdo que a finales de los años 90´s participaba de un par de círculos de oratoria ambientalista, en uno de los muchos discursos que pronunciábamos había una frase que me parecía lejana y dramática: “gota a gota, el agua se agota”.
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Los discursos estaban inspirados en fuentes diversas: el libro de Cheryl Simon: ‘Una sola tierra un solo futuro’; ‘Ecología: grito de tierra, grito de los pobres’ de Leonardo Boff y en la postura ambientalista de Al Gore, entonces vicepresidente de Estados Unidos. Aquella época de acelerada globalización, tenía el temor premonitorio que el progreso de acelerado de los cambios tecnológicos, la accesibilidad de los viajes por diversos medios y los patrones de consumo, terminaran por colocarnos en una situación caótica.
Más de tres décadas después, aquí estamos con fenómenos naturales mortíferos que cobran cada vez más y más vidas. La temperatura del planeta va en seguro aumento, en diversos círculos de expertos se ha insistido que estos fenómenos serán cada vez más frecuentes y también más intensos debido al proceso de cambio climático que se mantiene sin freno. Y es que avanzar en reducir los impactos del cambio climático ha tenido complicaciones de diversa índole en todas estas décadas.
Por un lado, un conocimiento extremadamente técnico y científico que no ha logrado ser traducido en voluntad política. El problema ha estribado en un tortuoso camino para construir definiciones mutuamente aceptables para una gran diversidad de términos, de modo que puedan aplicarse estrategias y políticas efectivas. Los discursos aquellos de la oratoria ambientalista, si acaso citaban un par de datos porque teníamos que acercarnos con historias del día a día de la gente que llevaban a pequeñas acciones como las campañas de reforestación y de recolección de basura, quizá esporádicas o a pequeña escala pero eran un inicio.
Construir un sentido de ecosistema y comunidad
Después de 30 años de esfuerzos políticos y diplomáticos y con un Acuerdo de París a cuesta con varias generaciones traspasadas y divididas por el debate público respecto al cambio climático, las emisiones han continuado aumentando año tras año. Los países firmantes se han quedado cortos ante la implementación de medidas que realmente contribuyan a la reducción de las emisiones de gases invernadero.
Y es que el tema implicaría cambios drásticos que afectan el estilo de vida de países completos. Han surgido diversos movimientos y la protesta por el planeta, que han hallado voz en liderazgos muy jóvenes como el de Greta Thunberg, quien ha denunciado enérgicamente desde una perspectiva intergeneracional a políticos y tomadores de decisiones por su inacción.
Por eso es una gran noticia que la Santa Sede se haya adherido justamente al Acuerdo de París el 8 de julio pasado pero desde 2020 se comprometió a reducir a cero las emisiones netas antes de 2050, intensificando los esfuerzos de gestión ambiental, ya en curso desde hace algunos años, que posibiliten el uso racional de recursos naturales como el agua y la energía, la eficacia energética, la movilidad sostenible, la reforestación, y la economía circular también en la gestión de los desechos. Con la iniciativa de la Economía de Francisco se abre camino a una forma de reflexionar más precisa y dispuesta a construir sentido de ecosistema y comunidad. Démosle vida a estas ideas con hábitos, tenemos aún esta gran oportunidad.