Las lecturas de la eucaristía del domingo 17 de julio me resultaron especialmente llamativas. En la primera, Abrahán recibía a tres hombres y les ofrecía su hospitalidad. El salmo se preguntaba por las condiciones para entrar en la tienda del Señor. En el evangelio, finalmente, se hablaba de la acogida de Jesús por parte de las hermanas Marta y María de Betania. Lo que llamó mi atención fue sobre todo la presencia de la premura y la actividad en las tres lecturas.
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En la primera, Abrahán “corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda” (Gn 18,2) cuando divisa a los tres hombres; después “entró corriendo en la tienda donde estaba Sara” para pedirle: “Aprisa, prepara tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz unas tortas” (v. 6); a continuación, “Abrahán corrió enseguida a la vacada” para escoger un ternero y dárselo a un criado para que lo guisase “de inmediato” (v. 7).
Actividad abrumadora
En el salmo, ante la pregunta de quién puede hospedarse en la tienda del Señor y habitar en su monte santo, la respuesta se desgrana en nada menos que once acciones: “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino. El que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor, el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente” (Sal 14,2-5). La sensación de actividad resulta casi abrumadora.
Por último, en el pasaje del evangelio, Marta “andaba muy afanada con los muchos servicios” (Lc 10,40), mientras su hermana María estaba “sentada junto a los pies del Señor”, escuchando su palabra (v. 39). Resulta curioso que sea precisamente Marta –la “señora”, que es el significado de ese nombre– la que está sirviendo.
En un tiempo de más descanso, como es el verano, llaman la atención lecturas tan “activas”. Pero quizá lo más importante es que tanta actividad y prisas –por parte de Abrahán (y Sara), el justo del salmo y Marta– al final topan con la gratuidad: el hijo anunciado a Abrahán y Sara –humanamente imposible– será dado por Dios (“¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?” [Gn 18,14]); el justo del salmo tendrá que comportarse justamente, sin duda, pero la entrada en la tienda del Señor depende, en último término, del propio Dios: es gratuita, no se “compra”; finalmente, entre Marta y María, la que “ha escogido la parte mejor, y no le será quitada” (Lc 10,42) es María –dice el Señor–, porque es la que ha adoptado la actitud de discípulo.