Benedicto XVI: un Papa con el ecumenismo por bandera

Benedicto XVI: un Papa con el ecumenismo por bandera

Juan Pablo II, considerado como uno de los principales impulsores del diálogo ecuménico e interreligioso, tuvo en el primer encuentro de Asís (1986) una imagen que resumió décadas de ese afán. Tal vez los casi ocho años de pontificado del hoy fallecido Benedicto XVI (que también apoyó las jornadas de Asís, destacando la histórica cita de 2011, por su 25º aniversario) no dejen una única estampa con esa fuerza, aunque qué duda cabe que ha sido uno de los papas que ha ido más lejos a la hora de estrechar lazos con el resto de confesiones cristianas y las distintas religiones del mundo.



Así lo reflejan sus innumerables gestos, pero, sobre todo, el profundo peso de su palabra, testimoniando ante el mundo mensajes esenciales, como que fe y razón son compatibles o que Dios es amor y ninguna violencia le representa.

En el ámbito ecuménico, es tal la importancia que concedió a este reto que, al día siguiente de ser elegido Sucesor de Pedro, ya manifestó, “como compromiso prioritario, trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo”.

Con los luteranos

Un objetivo en el que Joseph Ratzinger, en su condición de alemán, acercó posturas con los luteranos como hasta el momento nunca se había hecho. En las tres visitas a su tierra natal, dividida en lo religioso casi al 50% entre católicos y reformados, el Pontífice mostró un interés especial por evidenciar la cercanía con los “hermanos” en la fe.

Pero, si cabe, el hecho más significativo se produjo en su último viaje allí, en septiembre de 2011, cuando fue especialmente hasta Erfurt, ciudad emblemática de la Iglesia surgida del Cisma y donde está enterrado Martín Lutero, su iniciador. Allí celebró un oficio religioso junto a religiosos evangélicos y, ante la tumba del antiguo monje agustino, calificó a este como un “buscador de la verdad” cuyo pensamiento y espiritualidad “eran completamente cristocéntricos”.

Ratzinger sentenció que “fue un error haber visto mayormente aquello que nos separa y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común”, haciendo un llamamiento para que católicos y evangélicos insistan hoy en lo que les une.

Ordinariatos anglicanos

Pero, si por algo será recordado el afán ecuménico de Benedicto XVI a efectos prácticos, será por dar un paso más allá con los anglicanos, gracias al impulso de ordinariatos especiales por los que comunidades enteras que manifiestan su intención de convertirse al catolicismo son aceptadas en la Iglesia “salvaguardando sus tradiciones propias”.

Hasta ese momento, las principales prelaturas anglocatólicas se habían en Reino Unido, Estados Unidos o Australia, congregando a miles de fieles, entre los que se cuentan presbíteros y obispos que antes ejercían su ministerio en la Comunión Anglicana.

Benedicto XVI mantuvo diversos encuentros con el entonces arzobispo de Canterbury, Rowan Williams (sustituido por Justin Welby), con el que siempre ha mantenido una gran sintonía personal. Histórico fue el que tuvieron en la visita papal a Escocia e Inglaterra ese 2010, con el fin de beatificar al cardenal Newman, uno de los referentes del catolicismo en el siglo XIX y antiguo pastor anglicano.

Ratzinger venció una cierta hostilidad con la que era esperado por distintos colectivos británicos y convenció con su mensaje conciliador. En lo ecuménico, en una celebración en la abadía de Westminster con cristianos de distintas confesiones, apeló a la defensa conjunta de la fe frente al “secularismo agresivo”.

Con los ortodoxos

Con los ortodoxos, las relaciones alcanzaron un nivel francamente positivo, con hitos destacables como el viaje a Turquía en 2006, donde Benedicto XVI mantuvo un encuentro con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I.

Con la Iglesia ortodoxa rusa también se afianzó la colaboración a distintos niveles, sobre todo tras la ascensión de Kirill al patriarcado ruso, sucediendo a Alexis II. De hecho, hasta el final, se especuló con que Ratzinger culminaría uno de los sueños que no pudo cumplir Juan Pablo II: visitar Moscú. Un sueño que también tiene Francisco y que difícilmente podrá cumplir tras la invasión rusa a Ucrania.

Diálogo interreligioso: musulmanes y judíos

En cuanto al diálogo interreligioso, fueron constantes sus gestos con las otras dos grandes confesiones monoteístas: el islam y el judaísmo.

Con los musulmanes, superada la polémica por su discurso en la Universidad de Ratisbona (2006), por el que se sacó de contexto una cita de condena contra la yihad que causó manifestaciones en varios países islámicos, se consiguió voltear la tensión y convertir el debate en una oportunidad para insistir en que, por su propia naturaleza, ningún modo de violencia puede tener base en la religión.

Intelectuales y sectores moderados del islam salieron en apoyo de Ratzinger. Además del citado viaje a Turquía, durante su pontificado fueron visitadas comunidades en las que la población islámica tiene una especial relevancia, como Tierra Santa (2009), Camerún y Angola (2009) o Líbano (2012).

El viaje a Tierra Santa marcó un punto de inflexión con el judaísmo, a cuyos fieles este Papa no dudó en otorgar el rango de “padres en la fe” de los cristianos, en un salto cualitativo del que ya ofreciera Juan Pablo II cuando habló de nuestros “hermanos mayores en la fe”.

Sus rezos en sinagogas en cada viaje internacional con presencia de comunidades hebreas (en Roma también acudió en varias ocasiones a su templo principal) fueron una constante. Pero si una imagen puede ilustrar esa especial relación, fue la de su visita al campo de concentración de Auschwitz, en 2006. Su emocionada pregunta a Dios –“¿Por qué, Señor, permaneciste callado?”– dio la vuelta al mundo.

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