El Camino de Santiago es mucho más que una ruta geográfica, si bien es cierto que todo camino comienza en un lugar y, a través de sus hitos, se une ese lugar de inicio con otros lugares de destino.
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Pero más allá del hecho topográfico, el Camino de Santiago se ha convertido en los últimos años en un foro de encuentro universal entre personas venidas de diversos lugares del mundo, haciendo posible una hermosa evocación de lo que ha de ser la humanidad: una gran familia, sin fronteras, sin nada que pueda alejarnos los unos de los otros, un alarde de fraternidad universal tal y como la soñó un santo peregrino: Francisco de Asís. El Camino es así un puente que comunica, que une. En ese sentido, es una auténtica metáfora de la vida misma.
Por eso podríamos decir que la vida es como un camino, un ir avanzando poco a poco, paso a paso, entre dificultades, pero siempre con la esperanza anclada en el corazón que nos permite divisar un horizonte, una meta, o las pequeñas metas del día a día, que hay que ir conquistando con esfuerzo y sacrificio (‘sacrum facere’).
Regalo y símbolo
El Camino de Santiago es también un regalo de la historia, desde aquella noche estrellada en plena Edad Media en la que un santo ermitaño contemplase en la oscuridad reinante un baile y sinfonía de estrellas, que daría pie al descubrimiento, en las entrañas de la tierra, de un sepulcro que cambiaría la historia, no solo de Europa, sino también del mundo entero.
Santiago y sus caminos se han convertido, así, en todo un símbolo de superación y de apertura hacia la trascendencia; no en vano, se suele decir que el Camino no concluye en la ciudad apostólica, sino que en realidad es allí en donde comienza el verdadero Camino: la vida, tu vida.
El fenómeno de la peregrinación es una pedagogía, un campo de experimentación, un laboratorio: es purgativo y curativo; lo saben y lo cuentan sus protagonistas: los caminantes, y también aquellas personas que junto al Camino desarrollan la significativa y humana capacidad de acoger, practicando la hospitalidad.
Caminar por dentro
En realidad, es más que un viaje, es una experiencia intensa que nos abre a la vida y nos deja a solas con las emociones que habitan dentro de nosotros mismos. El Camino ayuda a liberar muchas emociones, y también a descargar pesos que llevamos en el alma. Caminar por fuera es caminar también por dentro.
Pero el Camino de Santiago es antes una experiencia interior, una pedagogía que, a fuerza de experimentar por fuera, uno descubre lo mucho que hay por dentro. Y en este ejercicio de caminar por dentro se produce una purga, un descubrimiento, una lucha intestina contra la negatividad que resulta ser sanadora. Se camina aparentemente por fuera, pero resulta que la meta a conquistar está dentro. Caminar libera y serena.
Testigo privilegiado
Contemplar es aprender a mirar, a ver con más profundidad. Este Pliego que tienes entre las manos nace de una mirada expectante y agradecida, que trata de retratar historias reales de las que he sido testigo privilegiado, y que la memoria abraza como bien inmaterial de inigualable valor. Y en el Camino, como en la vida misma, late el corazón amoroso de Dios, que nos abre las puertas del Paraíso a través de Aquel que se autodenominó “Camino, Verdad y Vida”. Y queramos o no, más allá de las múltiples y variopintas motivaciones de cada ‘jacobípeda’, no deja de ser una experiencia profundamente espiritual, anudada a la memoria viva de un seguidor del Nazareno: san Iacob, Santiago Apóstol, el “hijo del trueno”.
Una sonrisa sincera tiene efectos benéficos para el corazón de quien la delinea y para quienes, con mirada limpia, se recrean en la misma. Sonreír ensancha el alma y nos sitúa en la senda de la paz interior, de la felicidad que consiste en buscar siempre el reverso positivo de la vida. Una sonrisa destella luz para quienes se acercan a ella en medio de la oscuridad del sinsentido, de la frustración o de la desesperanza, y posee el hermoso don de iluminar con su esplendor la caverna del ser en la que habitan la tristeza y el sufrimiento. Sonreír es amar, es vencer. Sonreír es una victoria de la luz frente a las tinieblas de la frustración, la desesperanza o el miedo.
Un hogar sin prejuicios
Llegó como una peregrina más. Fue bienvenida y, en un alarde de honestidad, nos comunicó que era atea, por si eso fuera un inconveniente para poder acogerse a la hospitalidad de un convento. La hospitalera le comunicó que no había ningún reparo, que llegaba a su hogar, que podía disfrutar con libertad del encanto de un lugar construido en piedra como remanso de paz, y que trata de crear un oasis de gozo y serenidad en la ciudad-meta de la peregrinación; gratuito, sin prejuicios, sin imposiciones ni ideologías.
Además de la posibilidad de reposar y pernoctar en el convento, la hospitalera ofreció y recomendó a la joven peregrina el participar de un momento compartido de meditación por la paz, junto con los demás peregrinos y peregrinas, creando un espacio fraterno de espiritualidad, en el que no importa tu procedencia, tu posición social, tu raza… sin preguntas sobre tu forma de pensar o tus convicciones profundas. Eres peregrina o peregrino, sin más.
Recogimiento y paz
Ella, con modestia de peregrina, aceptó, aun pensando que quizás estuviese fuera de lugar y que pudiese incluso desentonar en algo que sonaba a “religioso”. Llegada la hora, peregrinos y peregrinas subieron a la capilla del convento, donde la música clásica fundida con sonidos de la naturaleza (evocación del Camino, que es un tránsito continuado en contacto con la naturaleza) crea una atmósfera de sosiego y de paz. La tenue luz creaba un ambiente de recogimiento y pacificación interior (el aquietamiento de los pensamientos) y exterior (patentizado en el respetuoso silencio).
Como cada noche del verano, la meditación fue transcurriendo por el cauce de lo fraterno, de lo sencillo, de lo profundo. Concluida la misma con un abrazo de paz y la bendición final para el camino de la vida, ella manifestó a la hospitalera que había sentido algo muy especial, y esta le ofreció la posibilidad de hablar con un fraile.
El encuentro tuvo lugar bajo el manto de las estrellas, teniendo como testigo silente de la emoción de una peregrina –una vez más– a la Vía Láctea que antaño guiaba a los peregrinos y peregrinas hacia occidente, allá donde el sol se recuesta sobre el lecho del mar, para volver a despertar brioso, horas después, por oriente. Símbolo hermosamente natural del ciclo de la vida: del nacer, morir y resucitar. (…)
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Índice del Pliego
I. EL CAMINO DE LAS ESTRELLAS
II. LA SONRISA DE DIOS
III. VER CON EL CORAZÓN
IV. CRUCE DE MIRADAS
V. UNA SENDA DE SANTIDAD
VI. LA BELLEZA INTERIOR
VII. LA SINTONÍA DEL CORAZÓN
VIII. APRENDER A CONTEMPLAR
IX. EL RASTRO DE LA PROVIDENCIA