Hay un versículo en el Evangelio según San Lucas que me parece uno de los más hermosos de la Sagrada Escritura. No sólo hermoso, sino revelador. Forma parte del capítulo dedicado a los dos que regresaban de Jerusalén a su pueblo, Emaús (Lc 24, 13-35).
- PODCAST: Arte y artistas en las manos del Alfarero
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Jesús había muerto hacía tres días. Ellos regresaban abatidos “y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran” (Lc 24,15-16). Conversó con ellos “empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). Esa explicación suscitó en ellos algo maravilloso que describen como un ardor en el corazón: “«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»” (Lc 24,32)
Las palabras de Jesús penetraron hasta entrar en lo más íntimo de cada uno de estos hombres. Hurgó en sus profundidades humanas. El corazón siempre ha tenido un trato especial en el discurso místico, se trata de la residencia del alma. Espacio donde se concentra nuestra esencia y que es necesario que salga a la luz. Por eso la palabra educación procede del vocablo educere, que significa sacar afuera, extraer, conducir. Para ello es fundamental la alimentación intelectual y espiritual, por ello, otra de las acepciones de la palabra educación deriva del latón educare que significa, precisamente: alimentar. Eso es lo que hace Jesús por el camino a Emaús.
Jesús, el Gran Maestro
Afirmó Ramón Llul que quien educa, alimenta (el cuerpo y el alma), dando el pan de la cultura en que el educando vive. Jesús con su palabra y acción brinda todos los hombres, no sólo el pan de la cultura humana, sino que nos otorga el pan de vida: la vida misma que da sentido a la vida. Su magisterio no sólo se concentró en inculcar conocimientos y actitudes, sino algo mucho más profundo: un camino para conocerse que es reconocerse como hombres. Hombres que formamos parte de una humanidad, de un concierto de historias y sentires que brindan una fisonomía. Jesús es maestro porque es camino que define al modelo de hombre pleno.
Ese hombre pleno está esperando salir desde lo más profundo de cada uno de nosotros. Jesús es maestro porque con humildad conduce y guía al discípulo hacia el encuentro con ese hombre pleno que le aguarda. Se transforma en despertador de las energías que duermen dentro, muy dentro. Cuando leemos sus palabras en la Biblia, es como si él nos hablara a los ojos y oídos del corazón para que despertemos, no a la historia o la realidad, sino a la vida misma. El educador debe contemplar a Jesús para que aprenda cómo reconocer la humanidad que hay en el alumno y le ayude a crearse a sí mismo, a hacerse hombre.
Jesús es sembrador y cultivador
“Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane” (Mt 13,15). Jesús, como maestro, se transformó en cultivador y sembrador, lo cual lo obligó a conocer la tierra donde sembraría para hacerlo de manera adecuada. El maestro debe conocer al alumno como el sembrador a la tierra para que su trabajo dé fruto que se aproveche (Mt 13,8). Jesús cultivó en sus discípulos habilidades y capacidades sembrando ideas sanas para que sepan hacer y sepan ser.
Jesús comprendió que el hombre no era un ser hecho, sino por hacerse, un hacerse constantemente. Quien aprende algo, aprende siempre a hacerse. Comprendió perfectamente, de hecho era su misión, que el ser humano tenía que crecer en humanidad, hacia el “estado perfecto del hombre en cuanto hombre”, como reconoció Santo Tomás. En la actualidad, el maestro debe comprender que está ubicado en el centro de un tiempo y un mundo sin raíz, afanado y engañado por las falsas riquezas, lleno de confusiones que atentan contra su propio crecimiento. Miremos a Jesús para reencontrarnos con nuestra naturaleza de ser levaduras de la sociedad, pero sobre todo, vamos a mirarlo para comprender la diferencia entre ser la levadura de la sociedad y ser digeridos por la sociedad. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela