Desde diferentes trincheras se ha lanzado un ataque a Francisco de Roma, por su silencio ante lo que sucede en Nicaragua.
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Opositores a su conducción de la Iglesia ven en la reserva papal una suerte de complicidad con el régimen de Daniel Ortega. Jorge Mario Bergoglio es tan izquierdista -sostienen- que no puede ir en contra de un proyecto socialistoide como el nica.
Otro frente está compuesto por exjefes de Estado y de Gobierno como Vicente Fox, Sebastián Piñera, José María Aznar y Álvaro Uribe. Lamentando lo que sucede en el país centroamericano, esperarían de Francisco “una firme postura”.
Un tercer sector, menos crítico pero igualmente perplejo, y representado por curas, consagrados y laicos nicaragüenses, se asombra del mutismo vaticano. Estos grupos, más que reclamar el sigilo del Papa, solicitan una clara posición frente a la dictadura de Ortega-Murillo.
¿Por qué, entonces, Bergoglio no se pronuncia para denunciar esa dictadura y para apoyar a su episcopado, que ya sufre no sólo la persecución sino la cárcel?
Quienes defienden la estrategia de Francisco anotan que sí ha habido pronunciamientos oficiales: Juan Antonio Cruz Serrano, observador permanente del Vaticano ante la OEA, manifestó durante una sesión extraordinaria del Consejo Permanente la preocupación de la Santa Sede por lo que sucede en la tierra de Rubén Darío y Augusto César Sandino. Rodrigo Guerra, secretario del Pontificio Consejo para América Latina, califica la actitud de Bergoglio como un “silencio orante“, que se romperá en el ángelus de hoy. Ojalá.
Lo cierto es que se esperaba del Papa una defensa más proactiva de su clero y de sus fieles, junto a una censura férrea del nuevo Somoza. ¿Por qué no lo ha hecho? Yo veo dos posibles razones.
La primera, interna a la Iglesia Católica, es que quizá Francisco de Roma no sienta muy unido a los obispos de esa nación. No parecen unánimes en sus protestas contra Ortega, y el mensaje del cardenal Brenes, en el que afirma haber hablado con el arrestado obispo Álvarez, no incluye ni siquiera una sola palabra de inconformidad con el hecho.
La otra, de tipo diplomático, se sustentaría en la tesis de que una declaración institucional, reprochando la persecución oficial en contra de la jerarquía, pudiera exacerbar ese hostigamiento, empeorando la situación en vez de mejorarla.
No creo, en conclusión, que a Bergoglio no le interese lo que pasa, ni que sólo esté rezando para que termine este acoso. El citado Rodrigo Guerra dijo que “se esta trabajando en otros planos”. Veremos.
Pro-vocación
Llama la atención el tratamiento dado por el Vaticano a las acusaciones en contra del cardenal Marc Ouellet. Es cierto que no se encontraron “elementos suficientes” que avalaran la denuncia, y que el mismo prelado negó de manera categórica los hechos. Sin embargo, la imputación se presentó desde enero del año pasado, y en muchos otros casos se suspende de manera temporal al acusado, hasta que no se clarifica lo ocurrido. ¿Así se procederá también cuando el imputado no sea Cardenal?