Como sucedió con el kerigma, después de la Conferencia de Aparecida, la sinodalidad enfrenta el reto de ser otra palabra eclesiástica que se pone de moda. A fuerza de utilizarla hasta la saciedad, y de no reparar en su contenido, puede desvirtuarse y perder su rico significado.
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Sin embargo, su etimología, syn-odos -caminar juntos-, expresa con gran sencillez lo que quiere representar: la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión, según el papa Francisco: dinamismo y comunión.
Pero la sinodalidad tiene otro riesgo, desmembrado en dos vertientes, y se desprende de su relación con la democracia: unos niegan cualquier contacto entre ambas propuestas, y otros vacían la primera en la segunda. Veamos.
Defensores a ultranza de la monolítica estructura eclesiástica -vertical-, insisten en negar que la sinodalidad se pueda identificar con la democracia. ¿Temerosos de perder sus privilegios?, no lo sé, pero tanto énfasis en la importancia de la autoridad, tanta reiteración en la necesaria obediencia, nos hace sospechar que existe ese miedo.
Pero del otro lado también se cuecen habas. Esta pasada semana, y en medio del polémico camino sinodal alemán, muchos laicos y consagrados germanos se dijeron decepcionados del proceso. ¿Qué pasó?
Se sometió a votación un texto que exigía la revisión de la moral sexual por parte de la Iglesia Católica, y algunos obispos rechazaron la propuesta. El protocolo indica que para aprobar una moción se necesitan el voto mayoritario de los hoy decepcionados y al menos dos tercios del sufragio episcopal, que no se alcanzó.
Pensar en que sólo laicos y consagrados tienen voz en el proceso sinodal, es desconocer el sentido mismo de la sinodalidad. Habrá, sí, obispos que buscan salvar sus privilegios, y que formados en una teología preconciliar se oponen por sistema a cualquier cambio, pero también forman parte de la Iglesia, y su opinión tiene que ser escuchada y sopesada.
Caminar juntos, entonces, seguir la vía sinodal, nos expone a tropiezos y caídas, a amenazas de rupturas y distanciamientos, pero terminará por enriquecernos gracias, precisamente, a nuestras diferencias. Habrá que seguir escuchándonos, aunque no sea agradable lo que nos digan.
Pro-vocación
Me parece increíble la extensa difusión que los medios de comunicación han dado al fallecimiento de la Reina Isabel. Con engolada voz los reporteros in situ, y quienes propagan la nota desde los sets televisivos, presentan su faz más triste por el desgraciado acontecimiento. Se pormenorizan detalles como el número de arreglos florales para el funeral, la vestimenta de los descendientes, las lágrimas de los ingleses en las calles. Cuentos de hadas en la segunda década del siglo XXI.