Quiénes, ¿los protestantes, los musulmanes…? Podría ser, pero lo seguro es que nosotros, los católicos, sí tenemos que convertirnos al catolicismo. “Hoy no es superfluo animar a los católicos a convertirse a la catolicidad de la Iglesia” (Jean-Marc Aveline, cardenal de Marsella).
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No nacemos católicos: nos hacemos; y es una tarea siempre inacabada. Porque si resulta que, para la Iglesia, el ser católica es el don y la tarea de estar abierta a todo y a todos, de ser inclusiva en relación a todas las culturas y pueblos, de practicar y extender el diálogo de salvación que Dios ha iniciado desde antiguo con la humanidad, entonces, y yendo a lo concreto, resulta que no es buen católico…
- el que se cree en posesión total y exclusiva de la verdad;
- el que no sabe descubrir la acción y el trabajo del Espíritu en cada persona, cultura, civilización y sociedad;
- quien no se descalza respetuosamente ante la fe diversa y otra de quien no es como nosotros;
- quien no se deja estimular en la propia fe por el don recibido por el judío, el musulmán o cualquier otro creyente;
- el que no vive el ecumenismo con los cristianos de cualquier otra confesión, buscando ardientemente la unidad de todos en Cristo;
- quien pretende imponer la fe en lugar de testimoniarla y proponerla;
- el que se encierra viviendo en una burbuja con los que piensan igual, renunciando a confrontarse con quien es diferente;
- quien, por miedo o por desprecio del otro, por comodidad o por falta de conciencia misionera, se priva de salir al encuentro de los demás;
- el que no ve el diálogo interreligioso como un instrumento imprescindible y una tarea impostergable.
Ser católico, por el contrario, implica…
- estar abierto a todas las personas y a todo lo humano, inclusivo con y para todos;
- ser dialogante empedernido, aprendiz curioso y buscador permanente de la verdad (que nunca poseemos en plenitud, porque la Verdad, con mayúscula, nos sobrepasa y supera);
- ser constructor de la única familia humana, de la que Dios es el Padre;
- constituirse en agente de la globalización del amor y de la solidaridad, en artesano de la paz y promotor del universalismo;
- habituarse a salir cada día al encuentro del otro;
- vivir siempre como discípulo del Maestro y misionero de su Reino.
Si esto es así, ¿necesitamos, o no necesitamos, los católicos convertirnos al catolicismo?