Puerto Rico ha vuelto a llamar la atención en otras tierras y naciones pero, otra vez, por el desastre que está viviendo. La devastación de nuestros campos agrícolas, la furia de inundaciones que destrozan los hogares de muchas familias, la falta de energía eléctrica y de agua potable, la amenaza de que no lleguen los suministros de combustible y se paralicen hospitales, comercios e instituciones… En fin, Puerto Rico, zona de desastre mayor.
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De nuevo, quejas por donde quiera sobre la falta de compasión del Gobierno, sobre el intento de manejar la crisis con criterios de “propaganda política” y no de la “buena ingeniería”, y sobre la repetición de las mentiras y las manipulaciones para tratar de hacer creer que se está haciendo todo lo posible, cuando acá abajo lo que se vive es el efecto de la crueldad.
Ese desprecio por las necesidades de la inmensa mayoría, que vive en la pobreza, quedó más que retratada cuando miles de trabajadores veteranos de la industria eléctrica se ofrecieron para ayudar a levantar el país y el Gobierno y la compañía privatizadora LUMA descartaron la oferta con una actitud de desprecio arrogante. Actitud que algunos han llamado “ego empresarial”. Y mientras, se descarta la fuerza trabajadora mejor preparada para asumir la tarea de restablecer el servicio eléctrico de la nación.
Es posible que cuando estas palabras se hagan públicas ya se hayan restablecido esos servicios vitales, pero eso no cambia el daño causado a miles y miles de familias que se toparon otra vez con la “sordera de los engordados de fortunas”, que se creen muy seguros en sus camas de marfil y bebiendo vinos caros. Confían en sus riquezas mundanas y en que los pobres solo sirven para llevar las cargas pesadas y después, que los parta el rayo del huracán del Caribe (Ref. Lectura del Profeta Amós 6, 1a. 4-7).
El pobre Lázaro
Lo peor que he visto es que esos que se sobre confían en que están arriba, pretenden que la Iglesia bendiga sus desmanes y que se tuerza la palabra del Evangelio para que sus abusos sean condonados, para que los sacerdotes proclamen la falsa paz de que el pobre soporte el abuso del rico y del saqueador extranjero. Así como el rico del relato evangélico de este Domingo XXVI (Evangelio según San Lucas 16, 19-31) no tenía la más mínima compasión del pobre Lázaro, estos que se dedican a abusar y exprimir para llenar sus cofres, se creen que están muy seguros. Cuidado con tratar de disfrutar su propia “felicidad”.
Quisiera que quedara claro en mi país y ante el mundo. Una parte de Puerto Rico recibió el azote de un huracán del índice más bajo, pero el resto lo que sufrió fue una tormenta. El verdadero huracán devastador que ha causado tanta desolación es el “huracán social”, ese que cinco años después de los huracanes Irma y María, usó el tiempo para urdir tramas de privatización y desplazamiento.
El verdadero huracán es el de la manera en que se ha incrementado la falta de protección de las costas y los recursos naturales, ese de tanta injusticia provocando más y más pobreza, que ha llevado a muchos miles de puertorriqueños a emigrar a otras tierras.
“Aquí no se puede estar”
He escuchado tantas voces de puertorriqueños diciéndome: “Me voy de aquí, aquí no se puede vivir”. Otro, luego de comentar de que tiene que velar por sus crías, añadió: “La crianza y su amor a la patria siempre estará. Pero aquí no se puede estar”. Amigos, esto es duro escucharlo, pero…
Lo que está pasado en Puerto Rico no es distinto de la tragedia que hoy se vive en muchas partes del mundo, bajo la bota del enriquecimiento salvaje de unos pocos. En las grandes naciones también ocurre.
Ante la falta de compasión criminal, la palabra de Cristo tiene mucho que decir, en Puerto Rico y en el mundo, pero los necios están sordos. Les toca a los pueblos encarnar el llamado, el reclamo, por la justicia y la compasión. Mantengamos la esperanza en la acción salvadora de nuestro Dios en la historia, mientras trabajamos junto a los demás. Porque “el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos”, reza el salmo 145.
Roguemos a Dios por que nos guíe en la ruta, por el bien de nuestra querida nación puertorriqueña.
Señor Gobernador, por encima de los criterios de poder mezquino y empresariales, le invito en nombre de Dios a hacer verdadera “justicia a los oprimidos, a dar pan a los hambrientos”, a ser fiel a nuestro pueblo que sufre más allá de la férrea defensa de las dinámicas empresariales.
Haga un esfuerzo más por responder junto a nosotros a la voz de Dios que sigue hablando a través de los acontecimientos de cada día.