Cada día hay nuevos capítulos en el interminable culebrón de la guerra en Ucrania. Uno de los últimos ha sido la anexión por parte de Rusia de unos territorios ucranianos después de una parodia de referéndum. Así, los argumentos de Putin plantean que tal acción respeta la libertad soberana de esa población, lo que la convierte en justificada y correcta. Con el enésimo episodio de este perverso serial se me confirma una cuestión que no deja nunca de inquietarme: la capacidad que tiene el ser humano de retorcer el discurso y generar narrativas capaces de hacer lógico lo más absurdo y convertir en real aquello que no lo es. Como siempre, esta potencialidad del lenguaje también sucede en lo minúsculo de nuestra vida cotidiana.
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La clave del discurso
Nuestras narrativas ofrecen el marco de interpretación y entregan las claves necesarias para comprender los acontecimientos desde una perspectiva muy determinada, y, de esto, ninguno estamos libres. No quiero parecer negativa, pero si no estamos muy atentos a nuestras dinámicas interiores, si no desplegamos ese sexto sentido que nos permite intuir el paso de Dios y no desarrollamos una delicada sensibilidad hacia lo que viven los demás, podemos estar interpretando lo mismo de maneras radicalmente opuestas. Según el discurso que se emplee, el sufrimiento ajeno puede ser comprendido como una invitación a tomar la cruz de Jesús, como una muestra más de que esta generación no tiene la solidez ni el aguante de otras, como una oportunidad para amar con generosidad, como un sinsentido del que hay que huir, como una autoinmolación absurda…
La Escritura sabe muy bien de esta capacidad asombrosa para crear la realidad que tienen las palabras. No solo porque Dios, cuando habla, genera la vida, pues cuanto dice se hace (cf. Gn 1), sino también porque el Creador otorga al ser humano la capacidad asombrosa de poner nombre a todo lo creado (Gn 2,19-20), compartiendo con nosotros eso que le es propio a Él. Cuando acompasamos nuestro latido al pálpito del corazón divino y nos alineamos con su empeño por servir y amar a toda la humanidad, también nuestros discursos desplegarán esa potencialidad para alentar la existencia y ofrecerán las mejores claves de interpretación para mirar la realidad desde los ojos de Dios. Eso sí, no demos esto por evidente y sospechemos, siempre y sanamente, de si las cosas son en realidad como decimos que son.