Gracias a Dios son pocas las ocasiones donde al mal lo podemos ver de frente y desenmascarado de todas sus caretas de bondad. Puede ser un asalto, una estafa, una agresión, un abuso, una pelea, o una conversación desagradable donde tenemos mirándonos a los ojos a otro ser humano poseído por el demonio y de su boca y corazón no salen más que mentiras, oprobios, gestos y acciones que dividen y causan un dolor que apenas puedes soportar. Ese mal que tan familiarizado tenemos en las películas, tan normalizado en las noticias, tan anestesiado en la vida de tantos, cuando te muerde en tu propia carne con su veneno, es una experiencia que bien vale la pena decantar y rezar.
- PODCAST: Ángeles custodios entre nosotros
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Nunca se está del todo preparado. Por mucho que la sociedad actual “nos venda” toda clase de garantías, alarmas, seguros y prevenciones para no sufrir de ningún mal, este se hace presente en nuestra vida y todo lo previsto queda atrás. Es tan fuerte la impresión de nuestro corazón cándido a la sinvergüenzura de la mentira, del chantaje, de la manipulación, de la violencia pasiva, verbal y física, que el mal espíritu ejerce sobre otra persona que lo primero es retraerse en la negación y en la incredulidad.
Mente fría y corazón templado
Ya siendo evidente el mal, no nos queda más que reaccionar y, para eso, hay que mantener la mente fría y el corazón templado para nunca dejarse pasar a llevar, pero también para intentar hacer justicia con nuestro actuar. Quizás seamos la única posibilidad de redención o espejo de bien que tenga quien no se sabe enfermo de algún mal. La codicia, la soberbia, la vanagloria, la paranoia, el egoísmo y el acomodo moral se coluden en la mente y conciencia de la víctima que cede su libertad al precio de un “plato de lentejas” que cree le dará la felicidad.
Por lo mismo, habrá que hacer de ese momento un momento de oración intenso y consciente para revestirse más que nunca de amor y bondad para no devolver el mal con mal, sino hacer eco de lo que nos enseñó Jesús y ser astutos como serpientes y mansos como palomas para poder zafar.
El origen del mal
Ver a otro ejerciendo el mal deliberadamente contra los suyos es una interrogante crucial. ¿Son conscientes de lo que están haciendo? ¿Se creen sus propios engaños para estar en paz? ¿Optan libremente por su propio provecho sabiendo que dañan a otros? ¿Es acaso una enfermedad? ¿Debemos quitarles por ello su responsabilidad? ¿Qué hacemos con nuestros dolores, rabias y heridas que nos ha causado su actuar? ¿En qué consiste perdonar? ¿Cómo reconciliar un vínculo donde el mal rompió la confianza fundamental? ¿Qué hacer con toda la maldad que exudan sin contaminarse de su versión falsa de la realidad? ¿Cómo seguir creyendo en nuestra bondad cuando nos atacan con tanta vehemencia? ¿Qué originó tanta disociación y oscuridad en una persona que tenía todo para la luz y la santidad?
Demasiadas preguntas que jamás podremos hilar. Es una madeja compleja que trasciende la mente y la historia y se hunde en el libre albedrío de cada espíritu desde su más tierna edad. Lo único que podemos hacer es enfrentarlo con coraje y luego ignorar sus ladridos, como se deja a los perros ladrar.
No a la nube de toxicidad
Uno de los efectos más nocivos del mal es que concentra mucha energía en sí mismo y ejerce una especie de succión de “agujero negro” en nuestra energía vital. Toda la vida se reduce a la angustia, dolor, impotencia, repetición del ataque y culpabilización que hace el que ha sido agredido de qué podría haber hecho mejor o en qué actuó mal. Es como un tétano invisible que contamina a las buenas personas con un veneno letal del mal. Los oscurece, los entristece, los hace culparse por acción u omisión de la presencia del mal y eso es el mayor peligro que deben evitar.
El mal es un misterio que no tiene que ver con los que lo reciben, sino que con el que elige la oscuridad. Por lo mismo, se hace cómplice de su poder quien le entrega la vida a la desolación por demasiado tiempo y no se esfuerza en salir prontamente del trauma inicial.
No quedarse pegado
Quizás escapa absolutamente a nuestras manos poder remediar la codicia de un narciso, la violencia de un asaltante, la virulencia de un enfermo mental o la estafa de un sinvergüenza. Lo único que sí podemos controlar es no quedarnos pegados en su “barro sucio y mal oliente” más de lo natural y ver que son lunares en un infinito bello y lleno de bondad. Que jamás unos pocos malvados nos quiten la luz del corazón, la esperanza del alma y sobre todo la capacidad de seguir adelante con alegría y con paz. Son muchos los que necesitan de nuestra energía bonita y no los podemos defraudar.