En el ángelus de este domingo, el papa Francisco ha reflexionado acerca de la “soberbia espiritual”. Y lo ha hecho mediante la parábola que presenta el evangelio de hoy, en la que son protagonistas un fariseo y un recaudador de impuestos. “Ambos suben al templo a rezar, pero sólo el recaudador de impuestos ‘sube’ verdaderamente a Dios, porque con humildad desciende a la verdad de sí mismo y se presenta tal como es, sin máscaras, con su pobreza”, ha explicado el Papa.
- PODCAST: 60 aniversario del Vaticano II
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“Pero para vivir el encuentro con él y ser transformados por la oración, para elevarnos a Dios, necesitamos el segundo movimiento descender dentro de nosotros mismos: cultivar la sinceridad y la humildad de corazón, que nos dan una mirada honesta a nuestras fragilidades y pobrezas”, ha continuado el Papa, subrayando que solo en la humildad “nos volvemos capaces de llevar a Dios, sin pretensiones, lo que somos, los límites y las heridas, los pecados y las miserias que oprimen nuestro corazón, e invocar su misericordia para que nos sane”.
Vanagloriarse de uno mismo
De esta manera, tomando al recaudador de impuestos y al fariseo como ejemplo “nos miramos a nosotros mismos: comprobamos si en nosotros, como en el fariseo, existe ‘la íntima presunción de ser justos’ que nos lleva a despreciar a los demás”. “Sucede, por ejemplo”, ha señalado Francisco, “cuando buscamos cumplidos y enumeramos siempre nuestros méritos y buenas obras, cuando nos preocupamos por aparentar en lugar de ser, cuando nos dejamos atrapar por el narcisismo y el exhibicionismo”.
Así, ha animado a vigilar “el narcisismo y el exhibicionismo, basados en la vanagloria, que nos llevan a los cristianos, a los sacerdotes, a los obispos a tener siempre en los labios la palabra ‘yo’: ‘Hice esto, escribí esto’, y así sucesivamente”, porque “donde hay demasiado yo, hay poco Dios”.