Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Salir al encuentro


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Mi amigo David es un apasionado buscador de espárragos. Ansía la llegada de la primavera para perderse entre encinas y hacer acopio de impresionantes manojos de tiernos trigueros. Si sales a buscar espárragos con él, mientras tú encuentras uno, él ha conseguido cinco o diez. El comentario siempre es el mismo: “Parece que salen a su encuentro, tú los estás pisando y no los ves”. Cuando sales a buscar espárragos, o setas, no basta con estar en un rodal en el que hayan crecido, hay que tener la mirada atenta, “domesticada” para el encuentro.



Los evangelios presentan muchas escenas en las que alguien sale al encuentro de Jesús. En este momento se me vienen a la mente, por ejemplo, los diez leprosos (Lc 17,11), los dos endemoniados (Mt 8,28), las diez vírgenes que salieron al encuentro tomando sus lámparas (Mt 25, 1), la muchedumbre (Jn 12,18) o Marta cuando se enteró de su llegada (Jn 11,20). Jesús andaba de ciudad en ciudad y la gente salía a su encuentro. Eso dicen, al menos, los evangelistas. Pero, es posible que ocurriera con Jesús, y las personas necesitadas con las que se cruzaba, algo parecido a lo que ocurre con David y los espárragos: no salían a su encuentro, estaban allí, y Jesús, desde su compasión, era capaz de verlos, de mirarlos y de acogerlos.

Dar respuestas

Los cristianos, los que decimos seguir al Cristo, al Dios hecho hombre, transitamos compartiendo circunstancias, cotidianidades con otros hombres y mujeres. Pero no siempre nos encontramos con ellos. Estamos llamados a dar respuesta compasiva a las necesidades de los que caminan a nuestro lado, pero no siempre tenemos la mirada atenta para descubrir lo que nos demandan. Ahí están: cónyuges, hijos, familiares, amigos, vecinos y allegados, alumnos, pacientes o clientes, compañeros de trabajo y todos esos prójimos “desnudos, molidos a palos y medio muertos al borde del camino”. También hoy, la globalización de la información nos abre a otras urgencias que afectan a toda la humanidad: los problemas de la Tierra, el dolor de la inmigración, el desgarro de la guerra, la infancia sometida al hambre y a la falta de educación.

esparragos

“Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino” (FT 67), pero, en muchas ocasiones, andamos por el monte despistados y no somos capaces de ver los espárragos.

Conviene sacudirse el polvo.