Una tía abuela mía muy viejita, que acaba de cumplir 96 años y que tiene su cabeza y cuerpo absolutamente sanos y en bastante buen estado, tuvo que ir la semana pasada al doctor porque tenía algunas molestias. Al volver a su casa, la esperaban preocupados sus hijos, ya que se temían cualquier cosa debido a su edad. Entró ella por la puerta y, de inmediato, percibieron que algo andaba mal; su mamá estaba descompuesta de rabia y ellos, con timidez, se atrevieron a preguntar: “¿Cómo le fue mamá?”. Ella, muy resuelta y efectivamente molesta, les contestó: “No saben lo que me ha dicho el doctor; me ha encontrado la presión un poco alta y me ha recetado un remedio de por vida. ¿Se dan cuenta? ¡De por vida!”, repetía incrédula de tamaña “maldición”, mientras todos se guardaban la risa por la sorpresa que les causó.
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La anécdota de mi tía, a quién admiro por mil razones más, me impactó hondamente y creo que esconde una bella lección. Difícilmente, a mi tía abuela le quedan res o cuatro años más de vida, pero ella estaba molesta porque, para su percepción interior, a ella le queda mucha cuerda aún y el “de por vida” se le hace eterno. Ella, a pesar de su evidente edad, está llena de vida, vive cada día como si tuviera veinte y su disposición es a estar viva hasta el último minuto.
Uno muere como ha vivido
De hecho, al comentar luego su célebre frase, ella agregaba: “Es que quiero morirme estando viva”. Y, ciertamente, uno se muere como ha vivido. Qué frase más sabia y potente sale de su mente para masticar en la actualidad. Vivir de verdad es leer cada página que nos toque sin saltar ni una letra con toda su intensidad. Es atravesar el drama con heroísmo y verdad. Es ir en carne viva, sin anestesia y con autenticidad. Es amar y luchar. Es sufrir y gozar.
Cuántos vivos hoy andan como muertos; cuántos adultos, jóvenes e incluso niños se han entregado a la muerte de la rutina, de la conexión a una pantalla sin vida, a la resignación de la guerra, a la destrucción de la creación, a la violencia, a la miseria, a la discriminación, al “así es la vida” sin resistencia ni interpelación, sucumbiendo a las presiones del mundo actual, sin dar la pelea por un mundo personal y colectivo diferente.
Entorno que nos aplasta
Cuántos hoy creen y viven de acuerdo con un entorno definido, incambiable, monolítico, que se les viene encima: las cuentas, los agobios, los problemas, los dolores, el sufrimiento, la soledad… La mochila pasa a ser tan pesada que no toman conciencia de que todo sí se puede cambiar aunque se demore en percibir y se requiera de la ayuda de muchos más. Las situaciones que pasan pierden su peso y adquiere más fuerza la fe en la vida y la actitud con que las enfrento y cómo hago para colaborar con otros para generar una re-evolución de amor que a todos nos permita “resucitar”.
Pensemos en algunos vitalizantes para resucitar. Es interesante y hasta divertido ver algunos preparados tradicionales de nuestras culturas que llevan nombres como “Vuélveme a la vida” o el “Levantamuertos” para aquellos que han bebido en exceso. Quizás esta “sabiduría” nos puede ayudar de algún modo para despertarnos de la embriaguez del consumo, del rendimiento, de la competitividad, del aceleramiento, de la inconsciencia, de la superficialidad y tantos “tragos” que nos tienen el alma y el cuerpo emborrachados de muerte y enfermedad. Algunos preparados para volvernos a la vida que podrían ayudar son:
- Hacer ejercicios de conciencia para vivir aquí y ahora en cada segundo con los cinco sentidos abiertos para sentir y gustar la vida en toda su diversidad y complejidad.
- Detenerse a agradecer varias veces al día todo lo que somos, tenemos y vivimos ojalá en forma escrita.
- Realizar ejercicios de contemplación y meditación en silencio para saborear la vida que nos recorre y envuelve.
- Abrazar a los demás con intención y gratitud.
- Cultivar una huerta o cuidar un jardín observando sus cambios.
- Compartir con niños o con personas mayores sin tiempo ni metas.
- Servir gratuitamente a otros que necesiten ayuda física o espiritual.
- Bailar solo o con alguien más sin temor a hacer el ridículo.
Estos son solo pequeños canapés de por vida para vivir de verdad y llegar a los 96 de mi tía abuela tan vivos como ella irradiando alegría y vitalidad.