Cáritas nos informa de que en España seis millones de hogares no disponen de ingresos suficientes para vivir dignamente.
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En Europa nos acucia el miedo a la guerra mientras llevamos décadas de espaldas a la guerra y la miseria de otros continentes.
Después de décadas contemplando como dañamos el planeta, ahora vivimos la angustia de ver cómo su deterioro nos afecta.
Pesimismo
Soy pesimista. Hay demasiados problemas graves a mi alrededor y en el mundo a los que no encuentro solución.
Pero en mi pesimismo no me siento falto de esperanza, la esperanza es otra cosa. La esperanza, como el amor, se construye, se alimenta.
Los cimientos del mundo están repletos de escombros, de miseria, de dolor. Pero siempre se puede nacer de nuevo. Siempre estamos invitados a la oportunidad de seguir luchando, de seguir cuidando, de seguir esperando. Es más, “el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Estar predispuestos para nacer de nuevo parece el germen de nuestra esperanza.
Con la misma esperanza con la que velamos por la planta que se nos marchita, por el familiar senil que agota sus días, por las buenas compañías con las que nos gusta compartir vino y paseo, por el hijo que está aprendiendo a vivir, por la compañera a la que la vida supera, o por uno mismo y sus contradicciones, así como velamos por todo eso, nos toca velar por este paisaje desolador.
Conviene sacudirse el polvo.