Tribuna

El maestro de Emaús

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Hemos dicho en oportunidades anteriores que la Educación deriva de dos voces latinas: ‘educare’ (criar, nutrir, guiar, conducir, formar, instruir, de afuera hacia adentro) y ‘educere’ (sacar, extraer, de adentro hacia afuera).



Por un lado, tenemos una acción que viene de afuera hacia adentro; por otro lado, tenemos lo contrario, una acción que va de adentro hacia afuera. Como quiera que sea, estamos ante un hecho que parece incontrovertible: hay algo dentro del hombre que debe salir y, por medio de la Educación, como apunta Gandhi, para hacerlo mejor persona.

El papa Francisco, consciente de ello, comprende el acto de educar como el camino más luminoso para arrancar a la persona de su mismidad, ayudándola a familiarizarse con su interioridad, a ejercitar sus potencialidades y a abrirse la trascendencia. En este sentido, los maestros deben ser los propulsores de esa salida, acompañando, escuchando y dialogando con sus alumnos. Los maestros son los escultores, los artistas, los arquitectos de los hombres y mujeres que llevarán luz al futuro hoy incierto. El maestro es aquel que debe buscar el camino para hacer arder el corazón, despertar y poner en camino al joven de hoy.

La lección de Emaús

Si recordamos la historia de los discípulos de Emaús que nos narra el Evangelio de San Lucas (24, 13 – 35), podemos encontrar allí una lección formidable para comprender de lo que se trata la formulación perfecta de la acción educativa. Sin embargo, queremos reparar aquí en algunos detalles de la historia que muestran la vital relevancia de la actitud del docente frente a sus alumnos. ¿Quién será nuestro modelo? Jesús, maestro de maestros. La actitud de Jesús frente a los dos que iban de regreso a Emaús es una galería formidable para atender las responsabilidades de la docencia.

2. El Maestro De Emaus

Tenemos en Jesús al maestro que sale al encuentro. Propicia el encuentro para acompañarlos por el camino. No necesitaba ir a Emaús (Lc 24, 28) pero sí tenía el deseo en su corazón de animar a estos dos discípulos. Se interesa genuinamente por estos dos hombres. Sale a su encuentro porque les interesa como personas, aquello que hay dentro de cada ser humano donde se concentra su dignidad de ser hijos de Dios. Hacia su ser persona, Jesús dirige sus palabras. Comienza a dialogar con esa interioridad que necesita salir. Jesús se ubica a la estatura de cada uno de ellos. No les habla desde su superioridad de maestro, pues sabe perfectamente que se trata de ser “mansos y humildes de corazón” (Mt 11, 29). Desde esa tierna humildad, el maestro emprende el diálogo.

El Jesús de Emaús nos invita al diálogo

El diálogo es una actitud frente al otro. Actitud de escucha, de respeto, de reconocimiento, de amor. El diálogo es una especie de renuncia a sí mismo para abrirse a un nuevo camino. El Jesús que acompaña a los de Emaús, es uno que asume el silencio para escuchar como acto de voluntad y ausencia del ego. Un silencio que escucha para hacerse disponible al otro y, muy importante, suspendiendo todo juicio de valor. El maestro comprende la palabra desde la iluminación que brinda la experiencia del encuentro. Ese encuentro que transforma al hombre, según Gadamer, en una fusión de horizontes. Jesús mira a los de Emaús, precisamente, como horizontes donde poder alcanzar una real unidad.

El Jesús que acompaña a los de Emaús abraza en su amor, ese entre que existe en una relación de reciprocidad. Su amor experimenta a la persona como encuentro, ya que sabe desde el principio que la relación entre los hombres es el hecho fundamental de la existencia. Martin Buber señaló que entre hombre y hombre circula algo que no tiene paralelo en la naturaleza. Ese algo es la vitalidad que alimenta lo que nos hace próximos y, al mismo tiempo, nos remonta a lo que somos por naturaleza: imagen y semejanza de Dios, cuya consecuencia siempre floreciente es hacernos, a cada uno, únicos e irrepetibles. Esto Jesús lo tiene claro durante su acompañamiento. Precisamente por ello logra hacerles arder el corazón, propiciando la salida de ambos hacia Jerusalén, es decir, los arrancó de su mismidad, ayudándolos a familiarizarse con su interioridad, a ejercitar sus potencialidades y a abrirse la trascendencia. Paz y Bien  


Por Valmore Muñoz ArteagaProfesor y escritor. Maracaibo – Venezuela