Laudato si’: ¿la encíclica verde de un Papa comunista?


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Las tardes de Roma llevaban varios días saturadas de una brisa de rosas tiernas que venía del viejo cementerio judío de Santa Sabina, mecía las puntas los álamos del Tíber y entraba por la ventana de la residencia Santa Marta. Era la primavera de 2015 y una mano diligente estaba concluyendo una carta, bien larga, formada por varios pliegos. Unos ojos atentos y vivaces la releían una vez más y retocaban una palabra u otra a la luz de unos lentes bifocales.



Por fin, en la mañana de Pentecostés, el cardenal Bergoglio asintió satisfecho, la dobló y la entregó a su secretario. Para poder llegar hasta nosotros, la carta tuvo que atravesar el laberinto sin alma de las burocracias vaticanas, fue impresa en tinta negra sobre papel verjurado de color marfil y recibió sin quejarse la sangre caliente de los lacres heráldicos pontificios. El 18 de junio se entregó, sin lucha, a los caminos inciertos del correo.

Bajo la formalidad rectangular del sobre, se escondía un mensaje que iba a ser revolucionario para la Iglesia católica, como revolucionarias sonarían también las palabras de Jesús de Nazaret a los oídos rigoristas de los fariseos. Era la encíclica Laudato si’ del papa Francisco.

Francisco Paseando En Un Jardín 2

Por primera vez un Papa se animaba a describir, con toda crudeza y desnudez, la plaga mortal de un desarrollo irresponsable y carnicero, a condenar el consumismo que lo engorda y que nos somete a todos a su más adictiva esclavitud, a mostrar en canal sus podridas secuelas de degradación ambiental y a repudiar esa injusticia intergeneracional que supone hipotecar el futuro de nuestros hijos, solo para mantener en marcha un sistema de relaciones humanas que garantiza el beneficio de unos pocos en perjuicio de unos muchos.

De la cuestión ecológica a la social

Y ahí estaba probablemente la almendra más dura de masticar y de asumir del documento pontificio: que la cuestión ecológica conduce inexorablemente a la cuestión social, que “el clamor de la Tierra es el clamor de los pobres” (LS 49).

La carta encíclica Laudato si’ surgió entonces oportunamente como una voz de alarma y de denuncia. Algunos la escucharon, pocos la entendieron y muchos menos se sintieron destinatarios de la invitación evangélica a la conversión radical que alienta en el filo sus párrafos.

La mayoría de nosotros, sin alcanzar a leerla, nos entretuvimos en hacer conjeturas arriesgadas y suposiciones de aire flojo sobre su contenido. Parece como si el sobre de esa carta siguiera intacto, sin abrir, encerrando sus lacres el secreto temible de esta denuncia. Hasta ahora, han sido solo las preconcepciones y los prejuicios, que zumban como avispas de sospecha sobre el sobre sin abrir, los únicos que se esgrimen en las conversaciones de sacristía o los que entintan de verde cómodo los sermones parroquiales.

¿Una moda de izquierdas?

Para los sectores más tradicionales de la Iglesia, Laudato si’ fue la confirmación definitiva de que el Papa se había vuelto comunista o, al menos, se había dejado caer sin remedio hacia la izquierda más temible del espectro político, en lugar de aliarse con la gente de orden que vota “religiosamente” a los grupos políticos que, como Dios manda, son conservadores de las esencias que hay que conservar.

No faltaron tampoco los que se miraban con media sonrisa de conmiseración pensando que el Papa se había apuntado también a la moda ecologista y que, para estar más a juego con los tiempos, se proponía pintar de verde los muros milenarios de la Iglesia católica. Y eso no les pareció ni bien ni mal, siempre que se dejasen intactos los mecanismos de inercia de los siglos, el estucado de las paredes de las curias y la blanda moqueta de los despachos vaticanos.

Para todos estos que se asustan fácilmente, quizá resulte más sencillo  ̶ y también más providencial ̶  pensar que si Juan Pablo II ha pasado a la historia de la Iglesia como el Papa que quiso inmunizarnos para siempre frente a los peligros del comunismo más despersonalizado, sea ahora el papa Francisco quien nos prevenga contra los excesos más inhumanos del capitalismo. Así es la libertad del Espíritu, que siempre nos sorprende y no siempre nos dice lo que esperamos oír de un Papa.

Libertad-Igualdad-Fraternidad

Recuerdo a este respecto la vieja reflexión lucidísima de José Luis Sampedro. El sabio economista y escritor español rememoraba aquel clamor popular de la Revolución Francesa de 1789, que hizo fraguar en las calles el grito “Liberté-Égalité-Fraternité”. Y añadía luego su comentario personal más constructivo: algunos países, en las hermosas tierras del este, persiguieron tanto la igualdad que llegaron a comprometer la libertad de su pueblo; otros países quisieron ser los abanderados de la libertad a toda costa y lo fueron tanto y tan fervientemente que llegaron a sacrificar la igualdad radical de los seres humanos.

Queda aún por hacer la más grave tarea: ojalá algún día haya personas, comunidades, países que abracen el lema de la fraternidad y se animen a desplegar esa bandera. Porque solo la fraternidad reconoce la igualdad de los hermanos, asume sus diferencias y las respeta como parte de su sagrada libertad. Pues ese es el único sesgo ideológico que encontraremos en Laudato si’. Desde aquí os animamos a abrir el sobre de esa carta que no fue escrita para el estrecho círculo de los obispos católicos, ni siquiera para los creyentes de cualquier confesión, sino para todos los hombres y mujeres de buena voluntad que habitan este planeta (LS 3).