La diócesis de Rabat es numéricamente pequeña, pero tenemos casi de todo. Por tener, tenemos hasta un sacerdote dedicado casi a tiempo completo al Apostolado del Mar, es decir, a atender a los marinos de los barcos que recalan en el puerto de Casablanca.
- Black Friday en Vida Nueva: suscríbete a la revista en papel con un 20% de descuento
- PODCAST: Dar la cara por la Iglesia
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Una frase convenció a mi predecesor, Mons. Landel, para aceptar en la diócesis a Arnaud, sacerdote de la Misión de Francia, cuando este le propuso dedicarse a esa tarea.
“¿Sabe, monseñor, que esta mañana hay en el puerto de Casablanca más de 300 cristianos?”, le dijo Arnaud. Para un obispo acostumbrado a encontrar menos de 30 cristianos en bastantes parroquias, o entre 30 y 100 personas en otras, y solo en Rabat, Casablanca y Marrakech más de 100, escuchar eso le convenció del todo.
Desde hace diez años, con el paréntesis impuesto por la pandemia, Arnaud visita cada día entre tres y cinco barcos. Allí encuentra grupos de filipinos, polacos, ucranianos, rusos, latinoamericanos, etc. Los filipinos le piden “la misa”, no para celebrarla, que no es posible, sino para verla y escucharla; y en un pendrive, Arnaud les pasa la misa en tagalo (lengua autóctona de Filipinas), copiada de internet, donde se transmite y cuelga cada domingo.
Con otros, conversa o tiene breves momentos de oración; o les presta pequeños servicios: pasar mensajes a la familia, comprar tarjetas telefónicas, etc. O recibir mil dólares para enviarlos a un pariente de un marino chino no cristiano, sin recibo ni seguro ni nada: solo porque el cura católico merece toda la confianza.
Hay marinos que no ven a la familia durante nueve meses, y que no pueden bajar a tierra cuando están en el puerto. Hombres que deben convivir las 24 horas del día en un espacio más que limitado. Todo ello conlleva un desgaste psicológico considerable; la fe no suple, pero ayuda. Y la oración conforta y fortalece.
Una buena parábola
En muchos de los barcos que Arnaud visita, los marinos son rusos y ucranianos. Según me cuenta, conviven sin mayor problema como buenos compañeros y amigos…
¿No es esto también un signo del Reino que está ya presente? Rusos y ucranianos en el mismo barco: o nos salvamos juntos o nos hundimos todos. Una buena parábola de lo que debería suceder en este barco que navega por el espacio y que llamamos planeta Tierra.