Importa mucho recalcar que ‘Desiderio desideravi’ (DD) no es una piedra lanzada contra unos u otros, sino quizás el documento sobre la liturgia que refleja más la personalidad y el estilo del papa Francisco: está escrito con el corazón de un pastor inquieto por las disputas –a veces tan agrias– que han estallado en su rebaño con el pretexto de la forma de la liturgia y por las motivaciones profundas que las han provocado. Por esta causa, en DD el Papa actúa movido por el deseo de poner paz en la Iglesia en el campo de la liturgia, apostando firmemente por la formación de todo el Pueblo de Dios, para aplicar el ‘motu proprio’ ‘Traditionis custodes’, publicado precisamente justo un año antes, el 11 de junio de 2021.
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Partiendo de la base de que “la liturgia [es] una dimensión fundamental de la vida de la Iglesia”, Francisco pretende “ofrecer simplemente unos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana” (DD 1). Más adelante, en las conclusiones, volverá a explicitar los objetivos de la carta: reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana; recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y reconocer la importancia de un arte de celebrar (DD 62). Retengamos estos conceptos de “belleza” y “verdad”, que aparecen reiteradamente interdependientes a lo largo del documento, y que nos libran de concepciones superficiales de la liturgia. Como acompañante en buena parte de su recorrido, el Papa ha elegido al conocido teólogo alemán, de origen italiano, Romano Guardini (1885-1968), que fue también un referente para Benedicto XVI.
La salvación en acto
El punto de partida del Papa es la evocación del deseo ardiente del Señor de celebrar la Pascua con nosotros, una frase en latín del evangelio de Lucas de cuyo principio toma el título el documento: ‘Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar’: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Es Jesús quien tiene la iniciativa de celebrarla con sus discípulos y quien nos da la posibilidad de vislumbrar la acción de la Trinidad Santa a favor nuestro, a pesar de nuestra pequeñez y debilidad: la liturgia es la historia de la salvación en acto, “hoy”, es decir, en todo tiempo y lugar en que se celebra, con una novedad incesante.
La inserción de la liturgia en la historia de la salvación incide en un aspecto clave: la liturgia es fundamentalmente una ‘actio’, una acción, y una ‘communicatio’, una dinámica comunicativa, reflejo del diálogo entre Dios, la Iglesia y la humanidad, donde se realiza verdaderamente el proyecto salvador de Dios con la mediación de los símbolos sacramentales. En esta dinámica dialogal de la liturgia sobresale la absoluta gratuidad de Dios. Dejemos hablar al Papa: “Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos” (DD 4)…
Escucha de su Palabra
“El mundo todavía no lo sabe, pero todos están ‘invitados al banquete de bodas del Cordero’ (Ap 19, 9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cf. Rom 10, 17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura ‘lavada en la Sangre del Cordero’ (cf. Ap 7, 14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres” (DD 5). Por eso la liturgia moviliza a la Iglesia y la impulsa necesariamente a la misión, para que la humanidad pueda escuchar la invitación de la Trinidad.
Por otra parte, en el centro del diálogo “sacramental” entre Dios y la humanidad, encontramos la relación entre el sacrificio de la cruz y la eucaristía (DD 7), que es la posibilidad de reconocimiento del Resucitado: cuando la comunidad la celebra, ahí se da el encuentro con el Señor (DD 8), ya que la eucaristía no es una representación de la Cena, sino la visibilización del Verbo encarnado (DD 9). Se trata de la íntima relación entre la encarnación y la Pascua: sin la encarnación, la Pascua –y por ende, los sacramentos– no tiene contenido real. Además, la encarnación nos remite directamente a la Creación, cuya importancia para la liturgia destaca el Papa más adelante. En este sentido, me parece posible afirmar que el subrayado de la encarnación está ciertamente relacionado con la espiritualidad jesuítica de Francisco, que es fundamentalmente cristocéntrica.
Una verdad existencial
Frente a ciertas concepciones meramente simbólicas de los sacramentos, Francisco destaca que “la poderosa belleza de la liturgia” consiste precisamente en el encuentro con el Verbo encarnado (DD 10), que es concreto, real. No se trata en absoluto de una “verdad” en un sentido intelectual, sino vital, existencial, algo en lo que el Papa insiste reiteradamente, retomando el tema de la encarnación desde la óptica de la acción de la Trinidad. Vale la pena reproducir el texto: “La Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es” (DD 10).
Desde esta perspectiva de la concurrencia con el Señor en la liturgia, volvemos a hallar un rasgo de la herencia jesuítica de Francisco, al proponernos la ‘composición de lugar’ ignaciana (‘como si allí estuviese’) para comprender el poder salvador de los sacramentos en nuestro encuentro con el Verbo encarnado: “Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados” (DD 11). El Señor nos toca, nos mira, nos habla, nos transmite sus sentimientos en la liturgia, trabando con nosotros una relación personal transformadora.
Bautismo y Pascua
Nuestra primera experiencia pascual es el bautismo (cfr. ‘El vestido nupcial’, DD 5), que nos sumerge en su Pascua (DD 12). Aquí el Papa hace una distinción precisa entre sacramentos y magia: la magia pretende conseguir un poder sobre Dios; los sacramentos, en cambio, son la posibilidad de participar de la Pascua de Cristo por la acción del Espíritu Santo; volvemos, pues, al tema de la invitación.
En el número siguiente, siguiendo con el tema del bautismo, Francisco glosa bellamente la plegaria de bendición del agua bautismal como expresión plástica de la relación entre Creación, bautismo y Pascua: “Mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo” (DD 13). (…)
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Índice del Pliego
Un documento papal muy personal (n. 1)
La liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación (nn. 2-9)
La liturgia, lugar de encuentro con Cristo (nn. 10-13)
La Iglesia, sacramento del Cuerpo de Cristo (nn. 14-15)
El sentido teológico de la liturgia (nn. 16-19)
Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana (nn. 20-23)
Asombro ante el Misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica (nn. 24-26)
La necesidad de una seria y vital formación litúrgica (nn. 27-47)
‘Ars celebrandi’ (nn. 48-60)
Conclusiones (nn. 61-65)
En resumidas cuentas…