Da mucha pereza abrir las cajas donde la última vez desperdigamos los adornos utilizados en Navidad. También da pereza decorar porque sabes que en pocos días volverás a recogerlo todo y a guardarlo y limpiar los restos de musgo, arena, piedrecitas y otras historias varias. Si además pasas buena parte de la Navidad fuera de casa, ¿para qué decorar nada?
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Por si fuera poco, no siempre encuentras el momento adecuado: el trabajo, la familia, el cansancio, la falta de ganas, tristezas varias, las obligaciones, el tintineo postizo de una navidad que no lo es y lo llena todo… Aun así, voy a poner el Belén. Lo voy a poner despacio. Sin prisa. A ratos. No es posible ponerlo deprisa ni es fácil disponer de varias horas seguidas para acabarlo de una vez. Lo voy a poner despacio. A ratos. Sin prisa.
Mientras tanto, me gusta ir pensando en cada figurilla, en cada lugar, en cada escena. Parece que siempre es igual pero nunca lo es. Sé cómo fue la Navidad del año pasado. No sé cómo será esta. Ni la del año próximo. ¿Quién sabe?
Un ejercicio de contemplación
Pregunto a cada pastor dónde quiere situarse este año. También a un panadero y a una mujer con una cesta de huevos. Suelen decírmelo. Quizá a veces no me entero bien, pero quedan días para seguir escuchando y cambiar lo que haga falta. Quizá por eso cada año me gusta añadir algo nuevo: una piedrecita que no estaba, una oveja nueva que alguien que me quiere me regala, y a veces hasta me doy el lujo de tener una nueva casita o un fuego.
Mientras voy dibujando mi Belén de este año, también me voy dibujando a mí misma. ¿Dónde estoy, dónde quiero estar, hacia dónde camino, con quién, por dónde ya no quiero seguir?
Poner el Belén puede ser todo un ejercicio de silencio y contemplación. Si lees esto con un niño gritando en el salón y otra niña agarrada a tu pierna, también es para ti. Cada uno tenemos nuestros ruidos y agobios, no lo dudes. Poner el Belén es también una declaración de intenciones: visibilizar cuál es el centro y cuál quieres que sea. Y puede ser una fiesta: escucha villancicos o la música que más te guste, recuerda que la Navidad es la Buena Noticia por excelencia, come o bebe algo rico que te guste que no puede ser casualidad que los que adoraron al Niño Jesús esa Noche le llevaran requesón, miel o cualquier cosa para compartir, saborear y celebrar en torno a la mesa.
Poner el Belén puede ser, sobre todo, una oración. Si andas medio perdido, al menos en el Nacimiento vas a tener un lugar. Tú mismo te lo das. Y lo recibes. Y si te cuesta rezar o a veces te parece que no sabes hacerlo, mejor aún: creo que el Belén expresa esencialmente el Evangelio de Jesús: pequeñez, belleza, simplicidad y abrir espacio en el mundo a la Buena Noticia. Por pequeña que sea. Ahí está la gracia. Poner el Belén es ese entrenamiento minúsculo para abrir espacio y tiempo concreto a la Vida. Pura encarnación. Pura Navidad.
Voy a seguir poniendo el Belén. Ojalá te animes con el tuyo.