Hoy es el segundo día de navidad en algunas de las comunidades autónomas de nuestro país. En ellas es otro momento para la reunión familiar, para el encuentro, y para el recuerdo del día en el que los cristianos creemos que Dios se hizo hombre en un aldea llamada Belén. La Navidad es una oportunidad para profundizar en unos valores positivos para nosotros y para la sociedad, como son la paz, el amor, la solidaridad, la fraternidad… Es un tiempo privilegiado para acordarnos de la construcción de una sociedad fraterna, ya sea desde la fe cristiana o desde una mirada no creyente.
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Sin embargo, ya hace tiempo que el pensamiento predominante, el economicismo, parece haber cambiado la dimensión de la Navidad para convertirla en una fiesta del consumo, en un momento de cumplir sueños, más que de profundizar en valores universales. Las fiestas navideñas se convierten en uno de los periodos anuales en los que podemos hacer realidad nuestros deseos de tener más, de lograr esas cosas a las que no tenemos acceso el resto del año (como son el black friday, el cumpleaños, el verano, la semana santa…)
Esto puede materializarse a través de la lotería, que nos promete una gran cantidad de dinero gracias a una pequeña inversión si la suerte nos acompaña, o bien a través de los regalos que nos van a traer los reyes magos, o el amigo invisible o Papá Noel… En Navidad, lo material, los deseos que queremos hacer realidad, transforman el verdadero sentido de la fiesta para convertirla en una celebración frívola, es decir, “ligera y de poca sustancia”.
El sentido positivo para nuestras vidas de conmemorar con alegría algo importante para nosotros, que nos ayuda a mejorar y a profundizar en valores universales, se desvanece en trivialidades, en pensar en recibir más regalos, en ir de viaje, en salir de fiesta… La profundidad de una fiesta cristiana que nos recuerda nuestra pequeñez y la esperanza de un Dios que se hace hombre y que nos muestra el camino de salvación, se frivoliza para ser un simple momento de alegría, de compras y de comidas.
Incentivos externos
Esta es una de las muestras de una existencia frívola que tan extendida está en nuestros vidas. Las celebraciones no nos ayudan a profundizar y reforzar una vida plena y con sentido, sino que son fiestas para el tener, para el consumo, para la alegría superficial. La felicidad, la fiesta y la alegría son compatibles con la profundidad, con el crecimiento personal, con la justicia y con la vida plena. Pero cuando estas solamente se consiguen con estímulos externos, con el regalo, con salir, con la decoración de la casa, todo queda en una frivolidad que no solamente no transforma ni mejora nuestras vidas, sino que nos deja con un sabor de boca amargo. Tal vez por eso a muchos no les gusten unas fiestas navideñas cuya alegría depende tan solo de incentivos externos.