Desde la concepción del ser humano, pareciera que en su ‘software’ y su ‘hardware’ viniese codificada la enfermedad como un misterio que aún la ciencia y la tecnología no logran develar en su totalidad. Cada época y lugar, además, ha ido “colgándole” a las dolencias del cuerpo y del alma pesos, prejuicios y metáforas propias de su cultura que complejizan aún más el sufrimiento y la recuperación de quien es “elegido” por la vida para manifestar una enfermedad.
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Así, en la antigüedad, a muchos se les creía poseídos por malos espíritus, francos pecadores o mensajeros de calamidad. A eso se le sumaban los “temores” de los “sanos” que excluían, condenaban y culpaban de los padecimientos a las propias víctimas como si fuese su responsabilidad por una mala vida. Lamentablemente, mucho de eso persiste aún en la actualidad, tanto a nivel inconsciente como social.
Las enfermedades de cada tiempo
Cada momento tiene su “top 1” en dolencia física, espiritual y social, porque no podemos ser ingenuos y pensar que es solo el cuerpo el que se ve afectado o solo la persona la que se enferma, pues se enferman también su familia y la comunidad. Por años, la lepra llevó la delantera como el peor estigma social. Los enfermos de esta bacteria debían vivir apartados, anunciarse con una campana y sus familiares quedar a la deriva y la discriminación del resto de la sociedad. Más tarde, al ser encontrada la cura de la lepra, vino el tiempo de la tuberculosis, asociada también a la miseria de las clases trabajadoras y todo el peso para respirar con libertad tanto literal como simbólicamente si te llegabas a contagiar.
Era una condena perpetua y una herencia horrorosa que podías dejar a los demás. Una vez más, al reconocerse su origen científico y su tratamiento, su peso y juicio, se diluyó en el siglo XIX y, en el XX, en pleno hizo debut el virus del SIDA en gloria y majestad. Quien se contagiaba, inmediatamente, se colgaba el cartel de homosexual, drogadicto o promiscuo, perteneciente a una casta marginal de “perdidos” que “parecían” recibir su “merecido castigo por su conducta inmoral”. En el siglo XXI, superando en gran medida tanta ignorancia sobre el SIDA y pudiendo comenzar a controlar esta enfermedad y sus humillaciones sociales y psicológicas, van compitiendo en el primer lugar el cáncer y la depresión, con todas las variantes que nos podamos imaginar. Detrás le siguen las enfermedades autoinmunes que empiezan a proliferar.
El misterio de la enfermedad
La medicina tradicional de Occidente, si bien ha hecho tremendos avances y descubrimientos en medicamentos y tratamientos, ha pecado también por siglos de disociar el cuerpo como si estuviese ajeno a las demás dimensiones del ser, como son la emocional, la espiritual y el socio cultural que nos relaciona con los demás, reduciendo a la mirada a órganos, tejidos y células, perdiendo el gran angular tan necesario para la sanación total. Por otra parte, Oriente ha hecho un profundo aporte con una mirada más holística del ser humano y ha desarrollado tratamientos milenarios que buscan la integración de todos los ámbitos de la evolución bio-psico-espiritual, pero no ha logrado aún un diálogo horizontal con la medicina alopática o tradicional. Aun así, la medicina oriental aún está circunscrita a la persona que padece y no tanto a lo sistémico o relacional.
Una corriente muy tóxica que se ha difundido casi como pandemia -probablemente por los resabios de la antigüedad-, pero también por el pensamiento positivista e individualista propiamente norteamericano, es que cada ser humano es el responsable de su salud y puede controlarla a voluntad. Por consecuencia, la enfermedad pasa a ser responsabilidad directa, por acción u omisión, de quien la padece, por lo que al sufrimiento propio de la dolencia se le suma el peso de la culpa, la responsabilidad de sanarse a fuerza de control personal y la obligación de exponerse frente a los demás como un frágil, fracasado o alguien menos competente que los demás “sanos” que te miran y tratan con conmiseración y condena implícita, disfrazada muchas veces de bondad.
Algunas verdades para compartir
La enfermedad es y seguirá siendo un misterio de la existencia por más que la podamos diseccionar. Su multicausalidad también es una certeza que no podemos simplificar con relaciones que no equivalen a causa-efecto tal cual. No es lo mismo decir que a las personas viudas les podría dar más cáncer que determinar como un absoluto esta correlación de datos que es una estadística nada más. Los números dan para todo y se pueden tergiversar con sesgos de cualquier interés particular.
Por lo mismo, tampoco es sano culparnos si nos enfermamos ni dejar que los demás nos endosen en “bulto” de nuestra mejoría total como si fuese una meta más para lograr. Jamás hemos controlado la vida; esta es demasiado compleja, somos seres en relación con muchos sistemas vivos y hay procesos que escapan a nuestra voluntad. Lo único que sí podemos hacer al enfermarnos es elegir cómo vivirlo para sacar provecho de ello, tanto a nivel personal como comunitario, de modo que sea aprendizaje en servicio, humildad, gratuidad y profunda conciencia de vulnerabilidad. Sí, también la enfermedad puede ser una oportunidad de servir a otros, dejándose servir y ayudar.