Vivo de frente a la altísima ‘Cruz de la barda’, como la llaman habitualmente. Todos los días puedo saludar desde mi ventana al crucificado. A quien anuncio vivo, crucificado, muerto y resucitado.
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Él reina sobre toda la ciudad esculpido en madera que mide nueve metros, y se extiende sobre una cruz de hierro de veinticinco metros de alto. El ‘Cristo de la Hermandad’ está emplazado en el Balcón del Valle, gracias a nuestro querido obispo Marcelo Melani que ya lo mira desde el cielo.
Tengo una profunda amistad con esa cruz. Me sostuvo ante mi enfermedad, durante toda la pandemia y lo sigue haciendo ahora en este tiempo pos pandémico que no deja de acusarnos a través de los residuos malolientes que generamos y muestra toda la basura acumulada, por lo que, en vez de ser mejores, como decíamos que queríamos salir, nos encuentra siendo tan peores como ya éramos o, en todo caso, desnudos y a la intemperie con la verdad por delante y a la luz, como corresponde.
La Luz pone luz desde ahí arriba. En el momento menos pensado, se planta delante con toda la verdad y toda la justicia. Como dice el libro de la Sabiduría: “Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra, piensen rectamente acerca del Señor y búsquenlo con sencillez de corazón. La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado. Por eso no podrá ocultarse el que habla perversamente, la justicia acusadora no pasará de largo junto a él”. (Sab 1, 1. 4.8)
Libertad y dignidad
Sabemos que cada persona humana tiene la libertad y la dignidad concedida por Dios antes de nacer. O por lo menos lo decimos, como convencidos, pero más de una vez deberíamos pensar esto antes de actuar o decir.
¿Cuántas veces hemos sido capaces de levantar el índice diciendo a una persona lo que debe pensar, sentir, hacer? ¿Nos vemos a nosotros mismos cuando lo decimos? Si se es libre y digno, ¿por qué se intenta juzgar y manipular los caminos que Dios puso para cada quién entre la gente? Si no se siente miedo a la diversidad de pensamiento y se es muy progresista dentro de la Iglesia, ¿por qué asustarse con las presencias de quienes ponen en jaque actitudes machistas, autoritarias y clericalistas?
Muchas preguntas para hacernos en esta Navidad, que no nos permitirán esconder nuestra “acción de ser peores” si no somos capaces de arrodillarnos ante la Luz que nació para ser Cruz.
Una Cruz verdadera
Y esa cruz en la que lo clavaron –y todas las cruces del mundo que estén en los templos y en los pechos, todas las que han sido pintadas, erigidas y muchas veces usadas para manipular–, esa Cruz verdadera que nos muestra a cada paso quién es Jesús y cómo hay que tomarla para seguirlo, no necesita de nadie para seguir erguida y vibrante, frontal y sangrante, justa y necesaria.
A esa cruz de más de dos mil años de historia le sobra resto y no necesita de ningún argumento humano para seguir siendo ella, preciosa y altiva, porque lo sostiene a Él que habla por sí solo.
Ella no requiere de ningún símbolo adicional, ni de ornamentos, ni de nada de nuestra frágil humanidad para seguir siendo eternamente el camino marcado por Dios a través de su Hijo muy amado, sobre quien puso su complacencia.
La Cruz es Dios que mira desde arriba. Desde la humanidad, en una pintura de Dalí –’Cristo de San Juan de la Cruz’– el Reino es la mirada de Dios. Esa a la que Jesús se somete. El Reino está en la mismísima centralidad de la cabeza de Jesús. Este es Jesús, el Cristo. Este es el Cristo sin tiempo, el que asciende desde la mirada del Padre. El mirado por Dios en la Cruz, que mira a su vez el más bello paisaje a los ojos de Dios: una playa de pescadores. Esos a quienes Jesús les pidió que sean pescadores de hombres. Cualquier playa podía ser suya. Una playa mediterránea le da pertenencia y actualidad.
Probados en el fuego
Sólo cuando hayamos pasado por la virtud y el don desmesurado de la Cruz, cuando podamos llorar nuestras miserias porque le permitimos a Él que ponga luz, cuando hayamos pasado por el crisol de la humillación y hayamos sido probados como el oro, cuando podamos arrepentirnos, reparar nuestros maltratos y denunciar las injusticias, cuando hayamos atravesado la Cruz para manifestar su gloria, entonces podremos encontrarnos con la alegría de un renacimiento genuino, libre y digno.
La Cruz de la barda es la que me mira a mí desde hace tiempo. Hay miles como ella distribuidas en todo el mundo y a mayor altura aún. Son símbolos de los que se puede o no apropiar el mundo, creyente y no creyente.
A su vez, cada persona tiene una a la que puede mirar, la que le es la propia, la que debe tomar para seguirlo con radicalidad, con libertad, con el vuelo de volar muy alto y con la dignidad de hijo o hija de Dios.
Volver a ser, volver a respirar, es recordar que el poder es servicio o es perverso. No hay más opciones para esa Cruz que me mira desde arriba y me dice que quiere nacer de nuevo para que empecemos un nuevo tiempo.
La Cruz de Jesús es esa que nos recuerda que nació para establecer un nuevo Reino sobre la tierra, la que da sentido a mi vida cuando puedo traspasarla y no es sólo un triste símbolo que me cuelgo del pecho.
Porque la Cruz, esa que nos recuerda que Jesús nació para establecer un nuevo Reino sobre la tierra, esa Cruz se sostiene sola.
Como dijo Francisco hoy: “Es hora de parar un rato para cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar”… por la Cruz, agrego.