Ese tiempo privilegiado donde algunos tienen la suerte de conectar con la corriente de vida y amor que subyace a todos y a todo y que muchos llamamos Dios. Es ese tiempo donde la inmensa mayoría de la humanidad hace un esfuerzo por sembrar paz y dulcificar sus rostros con gestos honestos de bondad. Es tiempo donde, efectivamente, la comida y los ritos se pueden insuflar de sentido, más allá de lo formal, y anclarse en los vericuetos de los recuerdos para la eternidad.
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Es ese tiempo donde los regalos nos permiten expresar un porcentaje ínfimo del amor que nos explota y desborda como un manantial exquisito, agradeciendo la vida junto a los demás. Es ese tiempo donde la misma naturaleza se colude, vistiéndose de gala plateada o dorada, según el hemisferio donde te vaya a visitar, para decirnos que la creación es el mismo pesebre que nos quiere cobijar. Es ese tiempo donde las lágrimas, las nostalgias y los anhelos no pueden faltar. Siempre la tristeza se sienta a la mesa por lo que no fue, por los que ya no están, por los vacíos, por la fragilidad de nuestra convivencia que enreda nuestro relacionar.
Risa y llanto
Es ese tiempo de vértigo y reposo; de risa y llanto; de abrazo y silencio; de luz y oscuridad; de éxtasis y agonía, comprimido y condensado en 24 horas y un poco más. Es ese tiempo de sentir la vida, atravesando cada proceso como un cirujano profesional. El escalpelo divino va diseccionando nuestros espíritus para sanar todo aquello que lo requiere para crecer y evolucionar.
Es ese tiempo de bajar los brazos y no pelear más. Es tiempo de tregua. De perdón. De stand by. Hasta la guerra necesita Navidad. Es tiempo de detenerse y mirar el suelo agradecidos de todo lo que hay. La salud, el trabajo, la familia y sobre todo las raíces que nos han dado formas para armar nuestro árbol vital.
Tiempo de contemplación
Es tiempo de contemplar el cielo y ver en las mil estrellas todo lo que nos promete Dios en el más allá. Un viaje infinito de luz, dejando estelas de gozo y paz, sumándonos a tantos que ya partieron para adelantar. Es un tiempo de sueños pequeños y gigantes para transformar la humanidad. Sueños imposibles que se empiecen a tejer junto con otros para hacerlos realidad. El mismo firmamento es un tejido de hilos bellísimos que nos pueden animar.
Es un tiempo de oración y petición recogida en la intimidad. Es volver a ser niños para poner confiados todas nuestras intenciones más hondas, llenos de esperanza e ilusión en lo que vendrá.
Encuentro con Jesús
Es tiempo de encuentro con Jesús, el Señor, en el metro, en la calle, en el supermercado o en el comedor. Es en lo sencillo, en lo doméstico, en lo rutinario donde nos espera sentado en un rincón. Quizás jugando, pidiendo, discutiendo, conversando o pintando un mural de color…
Lo importante es que no se nos pase el tiempo, distraídos, ocupados en lo urgente y dejemos pasar, una vez más, esta preciosa ocasión de sentir a Dios nacer en esta Navidad.