El Patrimonio de la Humanidad reúne el más valioso legado cultural y natural de todas las generaciones. Desde 1978, hay ya más de 1.150 bienes que incluyen obras sublimes, tesoros naturales o rutas como los caminos que conducen a Santiago de Compostela.
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Desde 1990, se comenzaron a incluir prácticas, tradiciones, artes y celebraciones en una categoría denominada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y que ya suma casi 680 elementos. Entre ellos, está el sistema nigeriano de adivinación sacerdotal Ifa o la festividad en la India de la Jarra Sagrada. Este Patrimonio Mundial compromete a 193 países en la protección, conservación y transmisión de dichas prácticas y tradiciones, ya que son bienes comunes de todos los seres humanos, al margen de su ideología, credo o nacionalidad.
Si ya son patrimonio mundial los dibujos de Vanuatu en la arena, las danzas giratorias sufíes o el ritual mongol de amansamiento de camellas, ¿cómo es posible que aún no lo sea la Navidad? La Navidad debe ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, cumple sobradamente todos sus criterios. La Navidad es la celebración más global de la historia, vivida con distintas adaptaciones e intensidades por una enorme diversidad de gentes en todos los continentes.
Una obra sublime
El relato navideño representa una obra sublime, tesoro inefable de valores, abre e ilustra un tiempo extraordinario de la historia, es un conjunto de celebraciones arraigadas y tradiciones vivas manifestadas en las más excelsas expresiones –desde El Mesías de Händel al belenismo o las festividades familiares y públicas–.
Necesitamos una plataforma internacional que mueva esta declaración de la UNESCO para que proteja y transmita tan grandioso mensaje en estos momentos en que algunos quieren eliminar la Navidad de la vida pública, ocasionando un grave daño a la cultura universal, la espiritualidad y la convivencia de la diversidad humana.