Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Benedicto XVI y su profecía de la renuncia


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Paradójicamente, Benedicto XVI, quien firmó como Joseph Ratzinger decenas de miles de páginas de Teología a lo largo de su larga vida, pasará a la historia de los papas por su último silencio.



El Papa Benedicto XVI pasará a la historia como el iniciador de la reforma eclesial del siglo XXI que el cónclave de 2013 y los sucesivos sínodos han solicitado que impulse el papa Francisco. Su modo de iniciar la reforma fue singular: con su dimisión lanzó la mayor alarma capaz de expresar, fue un gran grito de auxilio. Su pontificado parecía que fuera a ser una coda del juanpaulino y se esperaba que, como su maestro, también llevara su pontificado hasta la última expiración de su vida. Sin embargo, no fue una coda, sino una profecía de inflexión.

Su llamada a la reforma fue sorprendente, pues él tuvo un papel muy destacado como cardenal en el ciclo eclesial de casi treinta años que asentó el pontificado de Juan Pablo II, con sus muchas luces y también con sombras que finalmente le desbordaron al asumir el papado.

Sus tres encíclicas sobre la caridad, la esperanza y la verdad forman una trilogía coherente y profunda cuyas fundamentaciones perdurarán como obras bellas e inspiradoras. Adquirió también proyección histórica el ecumenismo de su pontificado, especialmente por la confraternización con las Iglesias ortodoxas y sus elogios a Martín Lutero que abrieron esperanzas a la comunión con la Iglesia luterana. Pero sin lugar a dudas, fue la renuncia del 11 de febrero de 2013, la primera en casi 720 años, lo que dibuja el rostro de su papado.

La vulnerabilidad

Una reforma suele caracterizarse por líderes que dan pasos adelante y empujan la historia. Benedicto XVI, en cambio, la enciende dando un paso atrás, cediendo el poder, haciéndose pobre, mostrando su vulnerabilidad. Y es la contemplación de la herida que le hace renunciar lo que nos da la medida de lo crucial que es una profunda conversión en las instituciones eclesiales y en todo el cuerpo. Él, que había gobernado con mano de hierro la Congregación de la Fe, emprendía un tiempo de profunda limpieza y renovación soltando las riendas.

Como teólogo, Ratzinger ha destacado por su precisa capacidad de análisis de las fortalezas y debilidades de las distintas propuestas teológicas. Por eso se tuvo la seguridad de que su decisión no fue resultado del cansancio de los años, sino de su análisis certero de la gravedad y envergadura de los problemas que corrompían la institucionalidad curial e impedían a la Iglesia cumplir fielmente su misión.

Incluso los más críticos con el cardenal Ratzinger y su desempeño como papa Benedicto XVI, reconocen la grandeza de tan insólita acción de humildad que le llevó incluso a presentarse como un pastor rodeado por lobos de su propia curia. Benedicto XVI no solamente dejó el poder, sino que mostró una imagen de fragilidad, indefensión e impotencia, lo contrario de lo que se podía suponer en quien esté sentado en un trono con tanto poder universal.

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Se fue no dejando un rastro de despecho, resentimiento ni rendición, sino alentando una gran esperanza cuyo viento entró de nuevo en la Iglesia cuando Francisco abrió las puertas y ventanas de la Iglesia. Sabía que un acto de tanto coraje iba a despertar a la Iglesia, en su mayor parte confiada en la Jerarquía incluso ante escándalos y abusos que causaban mucho dolor.

El retrato que ofrece el Papa de la Renuncia en esos momentos no es el de un anciano hundido, sino el de un profeta que clama al cielo con su silencio, su dolor y su sucesión. Hay veces que las profecías vienen de las voces que claman en el desierto y hay otras que vienen de alguien que hace desierto en su voz.