¿Sabemos ver lo que hay tras la Navidad?


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Después de haber hablado de la Navidad que fue, quedaría por decir algo de la Navidad que será y de la que es.



Si la Navidad es la visita de Dios al ser humano, la Navidad que será es el encuentro definitivo del ser humano con Dios. Y eso ocurrirá al final de nuestras vidas. Los primeros cristianos, sin embargo, creían firmemente que ese final tendría lugar en sus días, y que se produciría “apocalípticamente”, rodeado de fenómenos llamativos. Así imaginaba san Pablo ese acontecimiento, que llamaban ‘parusía’ (presencia, llegada): “Si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto. Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4,14-17).

La fragilidad de la encarnación

La Navidad que es tiene que ver con el encuentro diario del creyente con Dios. En cristiano, ese encuentro pasa necesariamente por la fragilidad de la encarnación. En efecto, el “Dios con nosotros” (Emmanuel) que se anuncia en el evangelio de Mateo se descubre precisamente en un niño recién nacido. Cuando los magos entran en una casa de Belén, lo que ven es, simplemente, una madre y su hijo pequeño.

Nino Navidad

La teología cristiana entenderá esta fragilidad humana como un “despojamiento” (‘kénosis’) de la divinidad, exponiéndose así al ser humano. Así lo expresó san Pablo: “[Cristo Jesús,] siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8).

Es habitual ver la cuna en la que descansa el Niño Jesús presidida por una cruz. Y es que nacimiento y muerte son los extremos para entender la fragilidad de Dios en su visita al ser humano, la Navidad que ocurre cada día.