Tribuna

El hombre

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Este artículo con el cual inicio el peregrinar por el nuevo año quiero dedicárselo a todos mis alumnos que me han hecho y me hacen el profesor que soy. Comienza un nuevo año y me parece pertinente hacerlo desde una revisión de lo que somos y vamos siendo: hombres. Ser hombre va mucho más allá al reconocimiento de una mera autopercepción.



El hombre es un camino, un enigma, un ser en perpetua búsqueda de su propia humanidad y del secreto que ella encubre. Secreto que es itinerario que conduce irremediablemente hacia Dios. Antonio Rosmini define al hombre como un ser compuesto de cuerpo y alma inteligente, curiosamente, tanto el cuerpo y el alma son, en sí mismos, dos misterios comprometedores. Lo cual evidencia que responder a la pregunta por el hombre, por nosotros, sigue siendo complejo.

En La Vida Eterna, primera novela de Jacques Attali, afirma que nosotros no somos más que aquellos en los que se dejan recuerdos. Idea que, sin lugar a dudas, defendería Marcel Proust, dado que para él, la realidad sólo se forma en la memoria. Quizás seamos eso y mucho más. Quizás seamos ser que pregunta, como resaltó Kant: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué se me permite esperar? Lo cual explicaría por qué Aristóteles, al inicio de su Metafísica, señala con seguridad que el hombre es un ser que por naturaleza desea saber.

Segunda estación

Santo Tomás de Aquino resalta al hombre como un ser de naturaleza muy especial, situado en los confines de los dos mundos, el espiritual y el sensible. Por ello, el hombre es horizonte donde esos dos mundos se abrazan para recordarnos constantemente que no solo somos racionalidad y luz, sino también enigma. Silesius lo resume muy bien cuando se como un ser que no sabe lo que es, pero que tampoco es lo que sabe. Ese enigma que nos habita, ese misterio maravilloso es el que explica cuando Orfeo desea ir hasta el fin para verlo todo, pero el precio es perder a su Eurídice en el sombrío infierno. Ser hombre es aprender a vivir con ese enigma, con ese misterio.

Valmore

El hombre es un microcosmos con un corazón imantado hacia todas las cosas, ya que tiene la capacidad de descubrir y deleitarse con la belleza que es expresión del universo. Lo expresa Baudelaire cuando, en su Himno a la Belleza, expresa: “¡oh, Belleza! ¡Monstruo enorme, horroroso e ingenuo! Si tu mirar, tu sonrisa, tu pie, me abren la puerta de un Infinito que amo y nunca he conocido?” Belleza que arde en la mismidad del hombre, de cada hombre, como camino que expresa nuestro enigma. Sin embargo, parece que el hombre perdió el rumbo, armándose contra cuanto respira “y en incesantes luchas se consume. Así, la delicada flor de su paz no florece para él muy largamente”, cantará Hölderlin.

Tercera estación

Sartre apuntó a que somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Hemos entrado en un tren que ya estaba en marcha. Formamos parte de una historia que ya ha venido trazándose. ¿Trazándose por quién? Trazándose por el mismo hombre. Estas cuestiones no permiten que determinemos totalmente nuestra propia existencia, porque en parte ya se encuentra determinada por la naturaleza y el ambiente, por el tipo de educación que hemos recibido, por la cultura en la que vivimos y por las fuerzas históricas que nos han dado forma (Alfons Deeken). El mundo que tenemos hoy lo hemos creado nosotros mismos y si hemos sentido que se encuentra al borde del abismo, nosotros somos los que nos hemos llevado a este punto.

En 1967, George Harrison cantaba, con aquella maravillosa inocencia de aquella época, que con nuestro amor podríamos cambiar al mundo, si tan solo lo supiéramos. Pero lo sabemos, solo que no tenemos conciencia de la certeza de esas palabras y del amor. Procedemos de un amor que lo creó todo. El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios”; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material; es creado “hombre y mujer”; Dios lo estableció en la amistad con él, así lo reconoce la Iglesia católica. Lo he recordado. Se los recuerdo. Una vez cumplido con ello, cierro con unos versos de Whitman: “La pregunta, ¡Oh, mi yo! la pregunta triste que vuelve- ¿qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh mi yo, oh mi vida? Respuesta Que estás aquí, que existe la vida y la identidad, que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un verso”. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela