La Real Academia Española (RAE), define líder, cómo: “persona que dirige u orienta a un grupo, que reconoce su autoridad”. Definición que quizás cualquiera podría acertar al hablar de liderazgo.
- OFERTA: Año nuevo, Vida Nueva: este 2023 suscríbete a la revista en papel todo el año por solo 99,99 euros
- PODCAST: Seminarios, a examen
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Y es que se habla mucho de ser líder. Existen cientos de libros y conferencias, con títulos compuestos de diversos adjetivos combinados con la palabra líder; hay quienes se auto proclaman líderes; hay quienes por el contrario argumentan que faltan líderes. Sin embargo, yo soy de quienes asegura que nunca ha existido carencia de líderes…solo líderes bien encausados. Quisiera creer que en la definición de líder está implícito el carácter positivo que debería de tener el mismo. Y es que decir: “persona que dirige u orienta…”, sin dejar claro el rumbo, nos podrían y/o podríamos dirigir a lugares inimaginablemente terribles.
Desde siempre existieron líderes negativos. Personas con alta capacidad de liderazgo, que arrastraron a cientos o miles, a llevar a cabo actos atroces (cada uno se puede imaginar un sin fin de ejemplos). Y por supuesto también podemos pensar en líderes, auténticos, que han usado sus capacidades para empujar a otros a hacer actos positivos.
Nuevas formas de liderazgos
Hoy en día, me parece que se ha creado un nuevo espectro de liderazgo. Estamos frente a una época llena de líderes sin propósito. Líderes tibios. Al fin y al cabo, líderes, porque dirigen (algunos sin darse cuenta) a muchísima gente.
Los medios de comunicación, en especial las redes sociales, han creado todos estos líderes de opinión como lo son los “influencers”, que lideran a millones de personas en el mundo en tantos aspectos de sus vidas. Desde lo más material y superficial como que ropa comprar; hasta algo tan personal como sus creencias y valores.
Esto no es algo malo por sí solo, el problema es que muchos de estos líderes carecen de un rumbo claro de vida, de una visión. Por lo tanto, vemos como miles de personas son guiadas a un mundo sin rumbo…sin sentido y como esto afecta a la sociedad en un efecto dominó.
Como cualquier expedición en la vida, si no se tiene claro el destino…poco importa el camino a seguir. Y me parece que, sin darse cuenta, muchísima gente al no tener claro ningún objetivo sigue caminos que llevan a consciencias como: separación en las familias, desprecio por el prójimo, una cultura del descarte, adicciones, menos educación.
La lista de cosas negativas que están sucediendo es bastante larga y aun así seguimos sin detenernos a pensar ¿Quiénes son mis líderes de opinión?, ¿Cómo estoy liderando a quiénes me rodean? o más importante aún ¿A dónde dirijo mi vida?
El liderazgo católico como respuesta
Es frente a estas preguntas donde el liderazgo católico se hace presente. Si hablamos del líder como aquel que dirige a los demás hacia un objetivo, el líder católico debe dirigir su propia vida y a los demás hacia su más grande fin, Dios.
¿Quién es el mejor ejemplo de liderazgo católico? La respuesta más sencilla es, Jesús.
Jesús nos enseñó que un líder debe ser humilde, compasivo y paciente. También nos mostró lo que es ejercer la autoridad de forma correcta para cumplir su misión. Nos enseñó que un líder predica con el ejemplo, no exige lo que no es capaz de hacer el mismo y cómo la fe en Dios y el amor nunca deben faltar. Y lo más importante, vino a anunciar la buena nueva. Su mensaje de salvación a la humanidad.
Considero que el liderazgo católico, debe de ser un testimonio vivo de nuestra fe. Vivir el evangelio en cada uno de nuestros días. Y el liderazgo más auténtico no es por imposición sino atracción, por eso vivamos como líderes en nuestras propias vidas para encontrarnos con Dios y así las multitudes se verán guiadas por nosotros hacia Él. Y lo más importante, aseguremos que el mensaje que compartan nuestras acciones y nuestras palabras sea ese mensaje de salvación, que le da sentido a toda nuestra vida terrena.
Por Juan Manuel Arellano H. Director de la Academia de Líderes Católicos de Guadalajara