Desde que se cuestionara en 2012 la obra de la religiosa norteamericana Margaret A. Farley, Doctrina de la Fe no ha realizado ningún apercibimiento público a teólogo alguno. Una ‘sequía’ de sentencias que no corresponde a una falta de audacia por parte de los teólogos, pero tampoco a una laxitud doctrinal por parte del antigua Inquisición.
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Desde su llegada a Roma, Francisco ha instado a reconducir cualquier propuesta investigadora que no se ajustara a la ortodoxia católica hacia un diálogo con la autoridad vaticana fuera de los focos, para evitar, en la medida de lo posible, judicializar la vida eclesial. No se ha emitido decreto o motu proprio sobre esta dinámica, sino que, más bien, se trata de una reforma silenciosa que aplica la conversión personal y pastoral que mueve este pontificado. Basta con repasar cualquier intervención pública para constatar cómo ha alentado a los teólogos a asumir su ministerio “prudentemente abiertos” desde “la fidelidad creativa a la tradición”.
No actuar a golpe de condenas no implica huir de los problemas ni pasar por alto a quienes coquetean con los márgenes y periferias intelectuales, sino afrontar este disenso desde una dinámica sinodal, que exige escucha y discernimiento, integrar la diversidad en un marco de comunión. Evidentemente, una sentencia fulminante a priori ofrece una mayor seguridad, pero también puede propiciar un clima de sospecha generalizado y desembocar en una deriva que tergiverse los conceptos de corrección fraterna y custodia de la fe con ajustes de cuentas ideológicos o carreristas.
Una hoguera quema un libro, pero calcina de paso la riqueza del debate de tú a tú, que acoja los matices en la legítima discrepancia, desde la máxima bergogliana que confía que la unidad es siempre superior al conflicto.
El Camino Sinodal alemán
En cualquier caso, para quienes pudieran sospechar que se ha entrado en una dinámica relativista y buenista del ‘todo vale’, ahí tienen el pronunciamiento de esta misma semana, a tres bandas, de Secretaría de Estado, Doctrina de la Fe y el Dicasterio de los Obispos, ante las líneas rojas magisteriales que parece rebasar el Camino Sinodal alemán.
Tal y como recoge la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’, Doctrina de la Fe tiene hoy la misión de “ayudar al Romano Pontífice y a los obispos a proclamar el Evangelio en todo el mundo, promoviendo y tutelando la integridad de la doctrina católica sobre la fe y la moral, sobre la base del depósito de la fe y también buscando una comprensión cada vez más profunda de esta ante los nuevos interrogantes”. En otras palabras, la Iglesia es madre y maestra, no carcelera ni institutriz que ahogue la voz profética que debe abanderar la teología.