El 2 de febrero celebramos la XXVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En esta ocasión, la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada nos propone como lema de reflexión y oración La Vida Consagrada, caminando en Esperanza. Esta experiencia nos ayuda a dar gracias a Dios por el don de la vocación en su pluralidad de carismas y a percibir, al mismo tiempo, lo que el Espíritu va suscitando en la Iglesia de cada tiempo.
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Damos valor a lo que somos y queremos vivir cuando mostramos agradecimiento a Dios y a tantas y tantas personas que hacen posible la presencia de la Vida Consagrada en la Iglesia y en el mundo. Lo que somos y hacemos, por insignificante que parezca, adquiere un valor diferente en toda manifestación de agradecimiento. En los Institutos Religiosos hay más motivos para la alegría agradecida que para la tristeza y el desánimo.
Hay una sabiduría evangélica, lograda a través del tiempo, en cada uno de los carismas que no debemos olvidar. Las consagradas y los consagrados somos portadores de esta sabiduría, no solo por el conocimiento de las cosas que tengamos sino también, y, sobre todo, por la experiencia de vida que queremos ofrecer conforme a la radicalidad que conlleva el seguimiento del Señor.
Dar gracias a Dios por el don de la vocación nos ayuda a centrarnos en las cosas buenas de nuestras vidas y a sentirnos bendecidos y agraciados por lo que tenemos. De esta forma posibilitamos que lo inesperado irrumpa con mayor fuerza en el aprecio por lo que somos y en la cotidianidad de lo que hacemos. La gratitud, no lo olvidemos, consiste en apreciar los aspectos profundos -espirituales- de la vida y la voluntad de reconocer que los demás desempeñan un papel fundamental a la hora de llevar a término nuestro compromiso. Sin ellos no seríamos capaces de percibir al Dios que se hace presente entre las personas a las que servimos, allí donde nuestra presencia tenga lugar.
En nuestra acción de gracias queremos percibir mejor el momento cultural e histórico que nos ha tocado vivir. Un tiempo en el que el Espíritu nos sigue descubriendo nuevas demandas para la evangelización. No queremos permanecer dormidos. Tampoco indiferentes a lo que en la sociedad ocurre. Siguen resonando en nuestros oídos los niños y jóvenes a los que queremos educar desde la fe en Jesucristo; las personas a las que acompañamos en su devenir existencial; los más alejados y aquellos más próximos con los que celebramos la fe y los sacramentos; los enfermos y ancianos a los que procuramos cuidar con el mimo de la bondad; los más pobres y vulnerables a los que amamos de verdad. En fin, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a los que miramos con el cariño de la amistad, aquella que, desde nuestro modo de ver las cosas, queremos ofrecer.
Estas experiencias de la vida nos exigen la fidelidad y permanencia de seguir caminando en esperanza. Es mucho lo alcanzado, pero aún queda mucho por recorrer. Hemos de ser conscientes también de nuestra propia limitación y vulnerabilidad. No para lamentar el tiempo que nos ha tocado vivir con el anhelo de un pasado que ya no volverá, sino más bien para seguir expresando que nuestra razón de ser es valiosa y significativa en sí misma, porque encuentra en el seguimiento de Jesús su mejor expresión, al realizarse por una sola razón: por amor.
Seguimos al Maestro por amor. No hay otra motivación mayor que esta. En ella está la garantía de nuestra esperanza. Sobre la esperanza cristiana se ha hablado mucho. Junto con la fe y la caridad forman parte de nuestra vida teologal. Nos disponen a vivir en una relación muy estrecha con Dios y, desde Él, con los demás. Al resaltar en esta Jornada la esperanza, se pone de manifiesto la confianza que seguimos teniendo en Dios y en las posibilidades que tenemos para seguir dando testimonio evangélico de las promesas.
Sabiduría humana y divina
Pero, hemos de dar un paso más. La esperanza, como dejó escrito Benedicto XVI “cambia la vida” y, además, en palabras del papa Francisco, “es la luz que supera la oscuridad”. Dos pensamientos bien sugerentes para vivir la Vida Consagrada desde la esperanza. El cambio es posible. En todos está la voluntad de procurarlo. Por eso queremos renovar la sabiduría que nos proporciona la esperanza. Esta nueva Jornada nos hace más conscientes de ello y nos ayuda a percibirnos más desde Dios que desde nosotros mismos y nuestra propia realidad.
La Vida Consagrada se encuentra en la actualidad con muchos desafíos. Queremos discernirlos, estamos en ello, con la sabiduría que nos proporciona la rica tradición de cada carisma, pero también con la fidelidad a los signos de los tiempos. Nada del mundo que pisamos y en que nos movemos nos resulta ajeno. Renovamos, así, nuestra escucha a Dios desde lo que en el mundo acontece. Esta escucha dinámica nos abre los ojos para mirar la realidad con los ojos con los que Dios la mira. Una apelación constante a leer y a saber interpretar con ‘sabiduría humana y divina’ las señales proféticas que el Espíritu nos envía. Un contraste necesario para seguir caminando en esperanza.
Nos hacemos eco de la oración que ofrece para este día José Mª Rodríguez Olaizola, SJ. Nos invita a seguir caminando en esperanza porque, no vamos solos. Cristo nos une. Con Él. Entre nosotros. Y con tantos que viven, lloran, aman, anhelan, crecen, luchan y esperan. (…) Juntos. Caminando en esperanza. Hombres y mujeres de Dios, consagrados a una misión, a un anhelo, al proyecto de quien nos invitó a compartir su camino. Que así sea y que todo esto se cumpla en cada Instituto, en cada una y en cada uno de nosotros. ¡Feliz Jornada para la Vida Consagrada!