La insidia de la preocupación es tan devastadora en nuestras vidas, que llega a tal grado de aniquilar nuestras ganas de vivir, de acabar con nuestros sueños y hasta de sentirnos derrotados mucho antes de emprender cualquier acción. Nos preocupamos en demasía, siempre estamos dando vueltas a las cosas que en un gran porcentaje no sucederán y esto va más allá de cualquier estadística.
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La preocupación nos roba la paz y nos lleva a imaginar escenarios que muy probablemente no van a suceder; nos preocupamos todo el tiempo, una gran parte de nuestra vida, si hacemos una autoevaluación, nos sorprenderíamos de las ocasiones en que la preocupación invade nuestro pensamiento y hasta nuestro corazón.
Para regresar la paz a nuestra alma, debemos ejercitar la confianza en Dios, es la única forma de mantener la verdadera calma en nuestra existencia y la plena confianza de que todo aquello que está por suceder, será una enseñanza para nuestro entendimiento, los acontecimientos por los que atravesamos por esta vida deben ser comprendidos como crecimiento y aprendizaje, nada sencillo de aceptar para quienes piensan en un Dios voluntarioso o caprichoso, nada más alejado del amor de Nuestro Señor que desea siempre lo mejor para cada uno de nosotros, aunque a veces nos cueste trabajo comprender las circunstancias.
Nos preocupamos acerca del futuro, por aquello que desconocemos y que muy probablemente no veremos concretado, ya que el futuro es tan incierto y al mismo tiempo lejano, que nos causa una enorme preocupación.
El próximo respiro está en sus manos
“No se preocupen por el día de mañana, porque el mañana traerá sus propias preocupaciones. Cada día tiene ya sus propios problemas”. Mateo 6, 34.
Jesucristo conocía nuestra esencia humana y la disposición a preocuparnos por casi todo. Por eso, no debemos enfocar nuestra mirada en los problemas del mañana, porque hay muchos problemas para ocuparnos el día de hoy y el mañana le pertenece a Dios, ese está en sus manos, de manera que al preocuparnos de lo que sucederá mañana, estamos quitándole lo que le pertenece a Dios.
La frase: “Sufrimos más en nuestra imaginación que en la realidad” hace énfasis a nuestra humanidad al anticipar y temer lo que podría suceder en el futuro, lo cual puede llevar a sentimientos de ansiedad y sufrimiento. La persona que se preocupa con frecuencia, actúa como si tuviera el futuro en la palma de su mano, eso llega a transformarnos en seres arrogantes.
El apóstol Santiago nos recuerda que debemos presentar nuestros deseos ante Dios y decir: “Señor, he intentado hacer mis planes lo mejor posible, según tu voluntad”. Como seguidores de Cristo, sabemos que nuestra vida le pertenece a Él por el hecho de ser sus hijos. Despreocupémonos porque el próximo respiro está en sus manos.