Hace unos días presentaba en este mismo espacio cómo la Biblia –en los dos primeros relatos de la creación– explicaba el surgimiento del ser humano. En ambos casos quedaba de manifiesto que el ser humano estaba “compuesto” por hombres y mujeres, diferenciados únicamente por su sexo.
- PODCAST: La convivencia apaga el fanatismo
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En el segundo relato –decíamos–, el varón-‘adam’ solo cae en la cuenta de que lo es cuando el Señor le presenta a aquella a la que ha sacado de la costilla del ‘adam’: “Adán dijo: ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer”, porque ha salido del varón’” (Gn 2,23). Y señalábamos cómo lo traducido por “mujer” y “varón” trataba de reproducir un juego de palabras perceptible solo en hebreo: “Su nombre será ‘ishá’, porque ha salido del ‘ish’”. De hecho, algunas traducciones bíblicas han tratado de reproducir el juego de palabras del texto hebreo (con mayor o menor éxito). Por ejemplo: “Su nombre será ‘varona’, porque ha salido del ‘varón’” (F. Cantera), o “Su nombre será ‘hembra’, porque ha salido del ‘hombre’” (L. Alonso Schökel).
Las diferencias
La teología rabínica, cuya materia es casi exclusivamente el texto bíblico, sabrá sacarle partido. Así, los maestros cayeron en la cuenta de que, aunque aparentemente sean términos muy semejantes, las diferencias entre ‘ishá’ e ‘ish’ son en realidad mayores de lo que parece. Voy a tratar de explicarlo.
El término ‘ish’ incluye en hebreo una letra –la ‘yod’– que precisamente falta en ‘ishá’; asimismo, la palabra ‘ishá’ contiene en hebreo una letra –la ‘he’– que justamente falta en ‘ish’. Si juntamos la ‘yod’ y la ‘he’ de los dos nombres, obtenemos la palabra ‘yah’, que es la forma breve del nombre de Dios, Yahvé.
Así, leemos en Pirqé de-Rabbi Eliézer 12,3: “El Santo –bendito sea– puso su nombre de ‘yah’ entre los nombres de ellos, diciendo: ‘Si camináis por mis caminos y guardáis mis preceptos, mi Nombre quedará intercalado en ellos y los salvaré de cualquier desgracia. Pero, si no es así, retiraré mi Nombre de ellos y los dos se convertirán en fuego [‘esh’]”. Y es que, en efecto, si quitamos esas letras –la ‘yod’ y la ‘he’– a ‘ish’ e ‘ishá’, lo que queda en ellos es precisamente ‘esh’, “fuego”. Una hermosa manera de decir que “la tragedia puede sobrevenir a la pareja si abandona el nombre de Dios, pues, retiradas las dos letras divinas, varón y mujer quedan reducidos a […] fuego, fuego devorador” (Miguel Pérez Fernández).