Francisco ha completado su cuarto viaje a África, con República Democrática del Congo y Sudán del Sur como destinos. El periplo se ha desarrollado sin el más mínimo incidente, ni para el Papa ni para cuantos fieles le han acompañado. Este hecho ya de por sí es un éxito, dado el riesgo implícito que conlleva pisar unos escenarios donde la violencia parece devorarlo todo.
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Si el Pontífice no acostumbra a andarse con paños calientes al denunciar el calvario sobrevenido a los empobrecidos de la tierra, durante esta peregrinación, lejos de rebajar su tono, lo ha recrudecido. En su primer destino, concentró su protesta en clamar contra el neocolonialismo económico que explota sin piedad, generando una corrupción que no hace sino perpetuar el hambre, las violaciones a mujeres y niños, la destrucción de la Casa común…
En el avispero sursudanés, ha puesto contra las cuerdas a los actores del enquistado proceso de paz, para lograr un incipiente desbloqueo, gracias tanto a su impronta personal como a la minuciosa labor diplomática de la Santa Sede. Y todo, bajo el histórico gesto de rezar por la paz de la mano de los líderes anglicano y presbiteriano, las otras confesiones cristianas del país, un paso ecuménico inédito y profético.
Además de verbalizar el sufrimiento de unos y otros, el obispo de Roma les ha prestado su altavoz para que tanto las víctimas de las vejaciones del este congoleño como los refugiados de Sudán del Sur manifestaran en primera persona el infierno injustificable que padecen. Ahora bien, lejos de quedarse en el lamento, Francisco ha infundido a cuantos se han encontrado con él esa esperanza aterrizada del Dios que nunca abandona.
O lo que es lo mismo, a cada una de las quejas que ha lanzado, le ha acompañado una propuesta realista de cambio, para que sean los propios congoleños y sursudaneses, con las bienaventuranzas como eje, quienes se conviertan en los protagonistas que ofrezcan “un aporte decisivo para cambiar la historia”. Así lo expresó en la misa con la que se despidió del país más joven del planeta.
Puñetazo en el estómago
Francisco ha gritado con África. África ha gritado con el Papa. “¡No podemos esperar más!”, llegó a entonar. Sin embargo, por muchos decibelios que acumulen juntos, apenas se dejarán escuchar si desde el norte se sigue ignorando su clamor y se mantiene el ritmo depredador de consumo. Su alcance quedará limitado en tiempo y espacio hasta que la comunidad internacional, cada ciudadano y cada cristiano, sienta que con su silencio, con su forma de consumir y con su estilo de vida, es cómplice y está contribuyendo a dar ese “puñetazo en el estómago” que, como Francisco describe, asfixia cada vez más al continente negro.