José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

El ardiente deseo de Juliette Binoche


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JUEVES

Se despide una generación de religiosos de los que han sido humus en pueblos, barrios y ciudades. Los que fundaron y reivindicaron. Pero también los que han hecho de su ser y estar el rostro de Jesús que evangeliza. Adiós a la madre Pascualina. Santa de la amabilidad y la ternura de la puerta de al lado. En el aula. Dentro del laboratorio. En sus idas y venidas a la panadería. Barriendo en la acera de la comunidad. Incluso al volante de la Vanette.



VIERNES

Barbastro. Congreso Nacional de Hermandades. Cae la noche. La ciudad vibra. Literalmente. Los tambores se cuelan por cada calle con la misma intensidad y soltura que el frío. Jóvenes y más jóvenes baquetas en mano. En plena España vaciada, en plena generación del banco eclesial vacío, ahí están los cofrades de nueva generación. En vez de ese reclutamiento al estilo anglosajón, que obnubila a algunos en aras de la nueva evangelización, quizá sería más sencillo saber explorar una piedad popular con denominación de origen. El obispo de la casa sabe lo que se hace cuando confía en sus nazarenos y no les ata en corto. “Tenemos que pasar de una Iglesia bazar de lo sagrado a una Iglesia que sea familia de familias”. Palabra de un Pérez Pueyo que ha dado un vuelco al organigrama diocesano para que así sea.

Juliette Binoche

SÁBADO

Gala de los Goya. Premio internacional para Juliette Binoche. El cine tiene mucho de contemplación. Pero ella lo desnuda para elevar la vocación interpretativa a experiencia casi mística. “Este Goya no es para mí, es para el ardiente deseo que me invade, para el fuego que me habita pero no me pertenece. Esa fuerza que brota es un deseo ardiente que debo compartir. Tengo que dar esperanza, no puedo solo quedármela. Hay que dar felicidad, no basta con ser honesta delante de la cámara”. Eso es vocación. Buceo en la biografía de la Binoche y ahora lo entiendo. Escapadas de juventud a Taizé.

DOMINGO

Escucho a Amelia Valcárcel hablar de Clara Campoamor. Y de cómo temían sus compañeros de filas que se hiciera realidad su empeño por lograr el voto de la mujer. Pensaban que ellas votarían en tromba a los conservadores porque su único ocio se circunscribía a ir a misa. Con la misma naturalidad, la filósofa lamenta que el orbe católico no le haya brindado el reconocimiento que se merece y le entristece que la Iglesia siga sin considerarlas a ellas ciudadanas de primera más allá de esas “presencias amigas” de las que hablaba Juan Pablo II. Ausencias.

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