Las acciones hablan más que las palabras, cuánta verdad hay en esto. Vivimos en una sociedad donde parece que vale más la opinión que las acciones y no hay nada más alejado de la verdad. Es valiosa nuestra opinión indudablemente, pero nuestras acciones son las que nos hacen coherentes con nuestra forma de pensar, dicen que si quieres conocer a alguien debemos fijarnos en su manera de ser, no en su manera de expresarse.
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Se sabe de un refrán que dice: “Las palabras se las lleva el viento”, todo aquello que decimos y no cumplimos, no se materializa, es solo eso: promesas. Así que nos encontramos ante una nueva etapa en cuanto a compartir el Evangelio, se les llama: “Evangelizadores silenciosos” que están a nuestro alrededor. La mayoría de los laicos (99% de nosotros) no están involucrados directamente en actividades obviamente religiosas o en ministerios.
Tú y yo estamos llamados a ser testigos, sí evangelizadores, a menudo “silenciosos” para el mundo a nuestro alrededor. Con hechos, mucho más que con palabras, se trata de llevar en nuestra vida el mensaje esperanzador de la Buena Nueva, es dar apoyo a quienes requieren de nosotros con acciones concretas, es hablar del Evangelio sin palabras, pero con acciones concretas que impacten a nuestros semejantes.
El evangelizador silencioso somos tú y yo, al final somos todos, basta que entendamos que hemos sido llamados al servicio y a donarnos, desde nuestras diferentes realidades, desde nuestras complicadas formas de vida y desde la evidente diferencia que nos da nuestra individualidad. No se trata de abandonar nuestra esencia, más bien, se trata de mirar desde el corazón todo lo que nos rodea, la imperante necesidad de entender a quien piensa diferente a mí y por supuesto aceptar la vida de los demás con un profundo sentido de aceptación y respeto.
Amar, acompañar, acoger, aceptar
Evangelizar sin palabras es lo que ha realizado nuestra iglesia católica al servicio de los demás y aunque no compartan su fe, la Iglesia ayuda en los cinco continentes, sin importar si son o no creyentes.
Nada más coherente con el sentido de amarnos unos a los otros, hasta los confines de esta tierra, donde la ayuda sea necesaria y entonces con este acto de amor, podemos darnos cuenta que la evangelización comienza a crecer como una semilla, con paciencia y espera, llegará el momento en el que esas acciones comenzarán a dar frutos, confiando siempre en que sea Dios quien toque el corazón de aquellos que necesitan ayuda en el momento y tiempo indicado.
Con acciones y ayuda concreta, porque de poco sirve una fe sin acciones, quienes viven de esa manera se podría decir que tienen una fe muerta. Amar, acompañar, acoger, aceptar son solo algunos conceptos que Jesucristo realizó con las personas que tuvieron la oportunidad de estar con Él.
“¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo? Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de ustedes les dice: ‘Vayan en paz, caliéntense y sáciense’, pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. Pero alguien dirá: ‘Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostrar mi fe por mis obras’”. Santiago 2, 14-26.