“De vez en cuando la vida”… dice Serrat, y afirma que “nos regala un sueño tan escurridizo que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo”. Así, canta y describe una serie de cosas bellas y verdaderas que se presentan a menudo si las podemos ver.
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Una de esas posibilidades es que Dios nos haga regalos inimaginables en la vida cotidiana y que no podamos estar alertas para verlos, apropiarnos de ellos y agradecerlos.
Nos ofrece diversas maneras de enfrentar el propio trato con nuestro cuerpo físico y otras, que tienen que ver con mirar, ver y admirar la belleza de la Creación. Y están los regalos al espíritu que son las personas que pone en nuestro camino y con las que, a veces, no somos lo suficientemente agradecidos por tenerlas, vivirlas y disfrutarlas plenamente.
Hay personas de todo tipo, con diferentes personalidades, con un carácter muy propio, con entusiasmos y diversidad de estilo para pronunciarlos. Están quienes nos engrandecen con sólo estar en su presencia. Existen quienes pueden y saben escucharnos y quienes necesitan ser escuchados. Tenemos al alcance muchos seres con quienes nos hermanamos y otros tantos con los que nos hacemos amigos o amigas.
Voces en nuestro corazón
Sin embargo, hay personas que parecen almas gemelas. Son quienes directamente se presentan en una comunión de espíritu que asombra y dilata el corazón al infinito, con las que no importa el tiempo ni la distancia. Son aquellas con las que amamos y nos amamos más allá de toda frontera.
Quizá no sepamos qué hacen en lo cotidiano, qué música escuchan, o cuál es su película favorita y eso que nos gustaría saber se diluye cuando hay una sola palabra dicha en el chat que une más allá de todo. También suele suceder que no podamos abrazarlos por las distancias y descubrimos que el abrazo está en cada instante cuando se piensa en ellas.
Quizá sean secretas voces en nuestro corazón que alimentan hasta con su silencio. Suelen ser pocas en el transcurso de la vida, pero se hacen únicas, sagradas y tan irrepetibles como la vida misma dada por Dios.
El sentir que estamos hechos de la misma madera es vivir el mismo valor para realizar los sueños, el entusiasmo por el Evangelio a cada paso, la alegría de estar por estar y también de enfrentar los imposibles, los sacrificios, los costos del misterio del Amor que se pronuncia en nosotros en unidad, en conciencia y en esa intuición propia de quienes quieren alcanzar la salvación para el mundo entero, con, por y en la madera misma del madero.
¿Acaso somos astillas de ese árbol único que quiere vernos florecer y dar frutos más allá de toda presunción y de todo pensamiento humano?