La procesión penitencial de este Miércoles de Ceniza ha tenido lugar desde la Iglesia de San Anselmo hasta la Basílica de Santa Sabina de Roma. En ella, se ha celebrado la eucaristía presidida por el papa Francisco y la tradicional imposición de cenizas. Un ritual con el que comienza la Cuaresma y que, tal como ha recordado Francisco, “nos introduce en este camino de retorno y nos ofrece dos invitaciones: volver a la verdad sobre nosotros mismos y volver a Dios ya los hermanos”.
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“La Cuaresma”, ha dicho el Papa durante la homilía, “es en efecto el tiempo propicio para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita escondido entre las cenizas de nuestra frágil humanidad”.
Así, en primer lugar y en cuanto a “volver a la verdad sobre nosotros mismos”, el Papa ha apuntado que “las cenizas nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos, nos reconducen a la verdad fundamental de la vida: sólo el Señor es Dios y nosotros somos obra de sus manos. Nosotros tenemos vida mientras Él es vida. Él es el Creador, mientras que nosotros somos arcilla frágil que es moldeada por sus manos”.
Pero, “como Padre tierno y misericordioso”, también Él “vive la Cuaresma”, porque “nos desea, nos espera, espera nuestro regreso”. “Y nos alienta siempre a no desesperarnos, incluso cuando caemos en el polvo de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, porque Él sabe bien de qué estamos formados, se acuerda de que somos polvo”, ha aseverado.
Volver a Dios y a los demás
Este es, por ello, “el momento propicio para convertirnos, para cambiar nuestra mirada sobre todo en nosotros mismos, para mirar dentro de nosotros mismos: cuántas distracciones y superficialidades nos distraen de lo que importa, cuántas veces nos enfocamos en nuestros deseos o en lo que nos falta, alejándonos de el centro del corazón, olvidándose de abrazar el sentido de nuestro ser en el mundo”.
Por otro lado, las cenizas, tal como ha recordado Francisco, “también nos invitan a volver a Dios ya los hermanos”. De hecho, “si volvemos a la verdad de lo que somos y nos damos cuenta de que nuestro ego no es suficiente en sí mismo, entonces descubrimos que existimos solo gracias a las relaciones: la original con el Señor y las vitales con los demás”.
“Así, la ceniza que hoy recibimos sobre nuestra cabeza nos dice que cualquier presunción de autosuficiencia es falsa y que idolatrar el yo es destructivo y nos encierra en la jaula de la soledad”, ha continuado. “Nuestra vida, en cambio, es ante todo una relación. La Cuaresma es el tiempo propicio para reavivar nuestras relaciones con Dios y con los demás: para abrirnos a la oración en el silencio y salir de la fortaleza de nuestra clausura, para romper las cadenas del individualismo y redescubrir, a través del encuentro y la escucha, a quienes camina a nuestro lado todos los días, y aprende de nuevo a amarlos como a un hermano o hermana”.
Renunciar a lo superfluo
De esta manera, Francisco ha recordado que de poco sirve “rasgarse las vestiduras”. “Con demasiada frecuencia, sin embargo, nuestros gestos y rituales no tocan la vida, no hacen la verdad; tal vez las hacemos solo para que los demás nos admiren, para recibir aplausos, para llevarnos el crédito”. Por ello, ha recordado que “en la vida personal, como en la vida de la Iglesia, no cuentan la exterioridad, los juicios humanos y la aprobación del mundo; sólo cuenta la mirada de Dios, que lee en ella amor y verdad”.
“Si nos ponemos humildemente bajo su mirada, entonces la limosna, la oración y el ayuno no se quedan en gestos externos, sino que expresan lo que realmente somos: hijos de Dios y hermanos entre nosotros”, ha insistido.
“La limosna, la caridad, mostrará nuestra compasión por los necesitados, nos ayudará a volver a los demás; la oración dará voz a nuestro íntimo deseo de encontrar al Padre, haciéndonos volver a Él; el ayuno será el campo de entrenamiento espiritual para renunciar gozosamente a lo superfluo y agobiante, para ser más libres interiormente y volver a la verdad sobre nosotros mismos”, ha apostillado, invitando a no desperdiciar “la gracia de este tiempo santo: miremos el Crucifijo y caminemos, respondamos con generosidad a las fuertes llamadas de la Cuaresma. Al final del camino encontraremos con más alegría al Señor de la vida, Él es el único que nos hará resurgir de nuestras cenizas”.