La infantifobia puede quedar oculta si la tratamos solo como violencia vicaria. Se ha llamado violencia vicaria a la violencia machista que pretende dañar a la mujer a través de sus seres queridos. Este fenómeno ha causado horror cuando las víctimas son niños. En efecto, es la forma más terrible de violencia vicaria. La violencia contra ellos tiene una parte que va contra su madre. Digo una parte, porque la consideración de violencia vicaria –que es una realidad de los hechos– no debería ocultar el centro del acontecimiento: la infantifobia.
Para que exista violencia vicaria, se ha producido previamente una degradación de menosprecio de la vida de los niños. De igual modo que existe máxima preocupación por la violencia contra la feminidad, tienen que saltar ya las alarmas por la violencia contra la infancia. No se les mata solo por ser hijos de la mujer a la que quieren hacer daño, sino que se les mata porque son niños.
El asesinato de hijos o hijastros no es solo una derivada del machismo, porque los datos oficiales demuestran que sus asesinos son tanto padres como madres. Bajo los crímenes machistas se esconde un problema enormemente grave: la creciente infantifobia de nuestra cultura, en la que los niños son vistos como molestia, estorban en las carreras profesionales, son considerados una carga e incluso lo expresamos así en las denominaciones oficiales: personas con “cargas” familiares.
Aborto
Esa infantifobia no se limita a bebés, como los abandonos brutales en la calle, o asesinatos a sangre fría de niños de muy corta edad que recientemente se han producido, sino que parte del aborto –ya elevado a derecho– y que forma parte del fenómeno. Y ahí comienza una corrupción ética de la consideración de la infancia que luego es fácil de extender a cualquier edad.