Papa Francisco: intenta lo in-imaginado; si no lo consigue, da al menos un gran ejemplo de perseverancia


Compartir

Celebra Francisco diez años de pontificado. Aceptó la obligación a la edad en que la mayoría, en cualquier oficio, lo que hace es pensionarse. Y la ejerce asumiendo todas las implicaciones: acaba de ir a Sudán del sur, donde presidió multitudes desde su modesta silla de ruedas (en el pasado lo había hecho, pero ante conglomerados de una vigésima parte del millón de personas que tuvo el papa al frente en África, y desde los alamares del poder temporal, el presidente Roosevelt de Estados Unidos. El polio lo condenó a la silla de ruedas. A ambos hay que reconocerles valor, responsabilidad y resiliencia).



En su reciente gira africana, como suele suceder, en algunas de las actividades el papa se hizo acompañar de líderes locales de otras confesiones cristianas o de otras religiones. Su enfoque es ecuménico, centrado en la dignidad humana de todos, en el derecho que tienen todos a una vida decente en lo material y en lo espiritual, en el derecho a no ser siempre y por una suerte de “pecado original”, el polo frágil de inequidades escandalosas. Francisco aboga por todos los desposeídos y des-esperanzados, sean sus seguidores en cuanto a religión o no.

Intentar lo in-imaginado

Su compromiso con que ocurra y se aclimate la paz en Colombia, es indiscutible; llegó a sentar frente a su modesto despacho a las dos partes del establecimiento político, económico y social colombiano que, siendo en lo sustancial del mismo bando, el uno –Santos- estaba empeñado en la paz, y el otro en impedirla, reclamando insensatamente un proceso perfecto de esos que en política se sabe que son imposibles. Eso lo saben los políticos, tenía que saberlo Uribe que en su momento también buscó un proceso imperfecto, sin lograrlo (la cuestión, en últimas, daba la impresión de ser cosa de envidia). Enterado de todo esto, percatado de la enorme dificultad, el papa Francisco de todos modos lo intentó.

En esto de intentar lo in-imaginado y, si no lo consigue, dar al menos un gran ejemplo de perseverancia, es notable la unidad de estilo del papa Francisco en distintas fases de su vida: cuentan los biógrafos que, siendo profesor de Literatura en un colegio jesuítico de provincia en Argentina, se le ocurrió invitar a Borges ya ciego, a que viniera en tren a hablarles a sus discípulos, después de haber leído con ellos y analizado algunos de sus textos emblemáticos. Lo intentó y lo consiguió. Y es un recuerdo firme de sus pupilos de entonces que vieron en el corredor, al día siguiente, al padre Jorge Mario Bergoglio afeitando al insigne escritor. Como le contara que los chicos, desde los balcones, contemplaban la escena, Borges dijo, ¿y qué ven? A un pobre escritor ciego siendo afeitado por un pobre cura de provincia.

Academia

El estilo de Francisco

Una genuina y hasta gozosa sencillez, es uno de los rasgos de Francisco, desde siempre. Solía llegarse al apartamento de algún amigo o amiga, o al rancho de una familia conocida de las barriadas de Buenos Aires, de la periferia, de los márgenes sociales, con insumos para preparar para todos una sopa.

El estilo de Francisco que para nada es impostado, hace recordar mucho al estilo de uno de sus predecesores: el hoy santo Juan XIII, el papa que convocó, contra todo pronóstico, el trascendental Concilio Vaticano II.

Contó en sus memorias el que fuera director mundial de la Unesco, Jaime Torres Bodet, que siendo monseñor Roncalli nuncio en Paris se interesó en la inclusión del Vaticano en los acuerdos fundadores de la Unesco (el Estado papal no es un Estado político en sentido estricto, pero sí es un ente que guarda y preserva un gran acervo artístico y cultural; la conservación y extensión de esos tesoros al servicio y alcance de toda la gente –patrimonio de la Humanidad- era del interés de ambos).

Refirió el gran poeta y prosista mexicano que pronto hubo acuerdo, recordó que el futuro Juan XXIII fue de un trato particularmente deferente y delicado con su esposa y que cuando llegó la hora final de la reunión, se vio él -Torres Bodet, ex – ministro de Educación de México, una República laica por definición- haciendo una venia parecida a la de aquel que pide fervorosamente la bendición.


Por Eduardo Gómez Cerón. Doctor en Ciencias de la Educación de la Red de Universidades de Colombia y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos