Pepa Moleón es portavoz de la Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid. Hoy, 8 de marzo, y cuando aún están “en plena resaca” de lo vivido el pasado domingo en su concentración en la capital en reivindicación por la igualdad de la mujer en el seno de la Iglesia, habla con Vida Nueva acerca de esos pasos que se están dando. “Percibimos que hay un aumento, cada año, cualitativo y cuantitativo de presencia, de sensibilidades y de crecimiento mutuo. La Revuelta nos supera a las mujeres que la llevamos a cabo. Tenemos la sensación de que va mucho más allá”, asegura.
PREGUNTA.- ¿Cómo han vivido la concentración del 5 de marzo?
RESPUESTA.- Las concentraciones que se han dado en toda España llevan su preparación: música, performance… y eso lleva un enriquecimiento para los equipos, para seguir aprendiendo a trabajar juntas, y una preparación de más de un mes. Todo lo que hay detrás es para nosotras muy importante, porque trabajamos por unos derechos, por una utopía, y lo hacemos juntas desde la diversidad, aprendiendo a escucharnos y a tener esa interlocución.
Todo ello alcanza su eclosión el 5 de marzo, que es un momento de recuperar fuerza, ánimos, de escuchar a los compañeros y compañeras que se nos unen de otros movimientos, parroquias y sociedad civil, que llegan porque han oído y quieren saber más, y eso es de una riqueza enorme.
P.- ¿Cómo se manifiesta la pluralidad en la Revuelta de Mujeres en la Iglesia?
R.- En este proceso hemos estado reflexionando acerca de quiénes somos las mujeres que estamos llevando adelante el movimiento. Por un lado, estamos viendo que la Revuelta es una experiencia intergeneracional. Mujeres que trabajamos desde y en la comunidad eclesial, vinculadas la mayoría a procesos de iniciación de la fe, el compromiso social o la liturgia y la celebración. Somos muy plurales en el sentido de que nuestra posición en relación al diálogo con la jerarquía eclesiástica también es plural. En este sentido, algunas podemos pensar que esa interlocución es muy difícil y que no va a dar fruto; otras pensamos que es necesaria y que debemos intentar no perderla nunca.
P.- ¿Qué respuesta están recibiendo de la jerarquía de la Iglesia?
R.- En este contexto de pluralidad y de compromiso dentro de la Iglesia, en las diferentes diócesis, rara es la que no ha hecho alguna aproximación con la jerarquía, y vamos recibiendo respuesta. Al principio había mucho silencio, tal vez miedo. Nos da la sensación de que el miedo, que es algo que atraviesa muchas veces distintas realidades de la Iglesia, se estaba situando de forma muy clara en la posibilidad de esa interlocución con las mujeres de la Revuelta. Pero es cierto que vamos teniendo encuentros. Se van interesando por los documentos que les vamos entregando, ha habido algún encuentro con personas de la Conferencia Episcopal del cual las compañeras que han estado han salido esperanzadas. Nunca hay un compromiso excesivo, pero sí se escucha con respeto. Y algo es algo.
P.- Su lema es ‘Hasta que la igualdad se haga costumbre’, pero lo que reivindican afecta a todos los ámbitos de la vida eclesial…
R.- Muchas veces se nos preguntan por temas muy concretos, tal vez porque sean los más llamativos. Pero la igualdad lo abarca absolutamente todo, por lo que es necesario que todo lo que es la vida eclesial vaya impulsado y dinamizado por mujeres en igualdad con varones. Por ahora, todo eso está atravesado por el patriarcado, sobre todo mientras los órganos de reflexión y decisión estén sostenidos por palabra de varón. Qué menos que las mujeres estemos al 50% en esos órganos.
P.- ¿Con qué Iglesia sueñan desde la Revuelta de Mujeres en la Iglesia?
R.- Necesitamos una Iglesia en la línea de lo que Francisco manifiesta en tantas ocasiones: comprometida con los y las más débiles, con los procesos migratorios, que en su interior establezca argumentos y vehículos de diálogo permanente, en la que los nombramientos no vengan de arriba, sino que el pueblo de Dios esté presente, tenga palabra. Que tengamos voz y voto. En las concentraciones había varones que nos decían que ellos tampoco tenían voz y voto, pero lo cierto es que a ellos no se les ha negado por el hecho de ser hombres. Por ser varón, precisamente, podrían tenerla. Pero nosotras no podríamos tenerlo nunca.
En la sociedad civil hemos ido viendo como nuestro lugar, nuestro papel y nuestros derechos, aunque aun nos queda trabajo y camino, se han ido reconociendo. Pero allí donde vivimos nuestra fe, donde encontramos aquello que da sentido a nuestras vidas más profundamente, estamos siendo invisibilizadas, ninguneadas y ocultadas. Como vemos cómo florece la sociedad civil en el momento en el que las mujeres ponen su talento, su sensibilidad, su capacidad de decidir, al servicio de la sociedad, sabemos que eso mismo pasaría en la Iglesia. Es decir, la Iglesia se está privando de todo esto, permitiéndose ser un ave que vuela con un solo ala, en lugar de ofrecer a la comunidad eclesial la riqueza de esa doble mirada.