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¿Cuál es el origen de esta fórmula?
Esta expresión está tomada de los Evangelios. Al ser interrogado por los fariseos y saduceos, que exigían una señal del cielo, Jesús respondió: “Al atardecer decís: ‘Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo’. Y a la mañana: ‘Hoy lloverá, porque el cielo está rojo oscuro’. ¿Sabéis distinguir el aspecto del cielo y no sois capaces de distinguir los signos de los tiempos?” (Mt 16,2-3).
En Lucas (12,54-57), Jesús utiliza el ejemplo de una nube que se levanta por el “poniente”, anunciando lluvia; o el viento del sur, indicando la llegada de “bochorno”. Y concluye: “Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?”.
Existe “desde el principio esta idea de una realidad que requiere un esfuerzo de interpretación por parte de los seres humanos, pero la expresión permaneció durante mucho tiempo vinculada a este contexto bíblico particular”, afirma Monique Baujard, antigua directora del Servicio Nacional Familia y Sociedad de la Conferencia Episcopal francesa. “Fue el papa Juan XXIII quien introdujo la expresión ‘los signos de los tiempos’ en el vocabulario del Magisterio”.
¿Cómo hablaron de ello el papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II?
Fue con el papa Juan XXIII y el Concilio Vaticano II cuando la expresión “signos de los tiempos”, utilizada explícitamente o no, adquirió un alcance sin precedentes. Inspirada en la obra del teólogo Marie-Dominique Chenu (1895-1990), expresa la visión positiva que la Iglesia quiere tener del mundo.
Este no se reduce a un campo de ruinas, tinieblas y calamidades, habitado por el demonio. Jesucristo ha entrado en la historia, ha venido a habitar las realidades humanas. “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y es en este mundo donde todavía hoy lo encontramos, a condición de que escuchemos los acontecimientos del mundo y la palabra de Dios. La lectura de los “signos de los tiempos”, como afirman los textos del Concilio, implica un discernimiento colectivo y luego una respuesta, un compromiso de la Iglesia a través de sus miembros.
“Con la lectura de los signos de los tiempos”, subraya Monique Baujard, “el Concilio saca a la Iglesia de un modo de funcionamiento vertical en el que unos pocos detentan un saber que transmiten a los demás. Esto responde al deseo de Juan XXIII de que el Concilio tenga un carácter pastoral, es decir, que la Iglesia se preocupe por la recepción de su palabra. El anuncio del Evangelio no es solo una cuestión de enseñanza magisterial: se sitúa en una relación, hecha de intercambios y de diálogo” con el mundo. El papa Pablo VI insistió en este aspecto: “La Iglesia se hace diálogo, (…) la Iglesia se hace conversación”, dijo en su primera encíclica, Ecclesiam suam (1964).
¿Qué ha pasado con esta fórmula?
Aunque la expresión “signos de los tiempos” aparece con menos frecuencia, alimenta la doctrina social de la Iglesia. Pacem in terris (Juan XIII, 1963) aborda la cuestión de la Guerra Fría; Populorum progressio (Pablo VI, 1967), la del desarrollo; Centesimus annus (Juan Pablo II, 1991), las consecuencias de la caída del Muro de Berlín; Caritas in veritate (Benedicto XVI, 2009), la de la globalización; Laudato si’ (Francisco, 2015), la de la emergencia ecológica. “Cada vez, los papas plantean las nuevas cuestiones que la evolución de la sociedad suscita en términos de respeto de la dignidad humana o del bien común”, resume Monique Baujard.
La expresión ha tenido “un gran éxito en los medios eclesiásticos abiertos al diálogo con el mundo y a la colaboración sincera con la sociedad para la instauración de un mundo más fraterno en la fidelidad a la misión recibida de Cristo”, señala Xavier Debilly, sacerdote y director del seminario de la Misión de Francia (Lettre aux communautés (de la Misión de Francia NDLR), n. 313, marzo-mayo de 2022, autor de La Théologie au creuset de l’histoire).
Los teólogos, comprometidos con esta misma apertura, han señalado sin embargo “la ambigüedad de la fórmula”, prosigue. Si Dios habla en los acontecimientos del mundo, se pregunta el jesuita Paul Valadier, ¿cómo podemos estar seguros de que la lectura que hacemos de ellos no es fruto de nuestras proyecciones o de nuestras opiniones personales? El dominico Claude Geffré cuestiona un enfoque basado en un optimismo desenfrenado, que concebiría la historia humana como un progreso continuo, a riesgo de dar de lado a los olvidados y a la miseria del mundo.
¿Sigue siendo pertinente hablar de “signos de los tiempos”?
Es lo que expresa Francisco cuando pide una Iglesia “en salida” hacia las “periferias geográficas y existenciales” de nuestro tiempo; una Iglesia sinodal, en diálogo auténtico y sincero con el mundo, a la escucha del “grito de la tierra y de los pobres”.
En Alemania, la última asamblea del “camino sinodal” ha dado un gran paso al reconocer los “signos de los tiempos” como cuarta fuente teológica, además de la Escritura, la Tradición y el Magisterio.
“La Historia, enfrentada al sinsentido del sufrimiento y del mal, es fundamentalmente trágica”, subraya Xavier Debilly. “Dios entra en la tragedia de nuestra existencia no para sacarnos de ella, sino para habitarla de forma misteriosa y hacer de ella el lugar de nuestro encuentro con Él”. Al final, añade, solo hay un signo “para los tiempos”: “Al pie de una cruz y ante una tumba vacía, los testigos del Crucificado-Resucitado nos dicen que Dios no abandona a nadie a la soledad y a la muerte“.
“No existe una lista definitiva de los signos de los tiempos”, resume Xavier Debilly (que preferiría hablar de “llamamientos de los tiempos”), o más bien estos se disciernen en la familia, entre los vecinos, los compañeros de trabajo, en la comunidad, la parroquia o la diócesis, lo más cerca posible de las realidades cotidianas donde se sienten los efectos de las crisis sociales, migratorias y climáticas; donde se expresan las necesidades y las expectativas de los más vulnerables, de las mujeres, de las minorías sexuales.
Lo que dice el Concilio Vaticano II
De la Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual (7 de diciembre de 1965, n. 4-1 y 11-1):
Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza.
El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas.
*Artículo original publicado en La Croix, ‘partner’ en francés de Vida Nueva